18 de Abril de 2024

Lloran a sus muertos

Ayer dieron el último adiós a la familia completa que fue ejecutada en la colonia Nueva Calzadas

Daniel Torres

Coatzacoalcos, Ver.- “¡Mi niña!¿Porqué me dejaste sola?¿Quién me va a decir ahora abuelita te quiero mucho?”, gritaba una mujer, desconsolada, con un grito que desgarraba hasta el alma, postrada frente al féretro de su nieta de 6 años.

La pequeña Guadalupe de apenas 6 años era una niña de carácter, siempre preocupada en los demás y con un corazón noble, mismo que dejó de latir cuando fue perforado por las balas de la delincuencia la tarde de aquel sábado dentro de su domicilio.

Dentro del féretro descansaban en paz sus pequeños restos, como un ángel reposando junto a sus padres.

Ella había sido masacrada junto a Daniel, Ángel y Joselin, sus tres hernanos menores, así como de sus padres por causas que aún se desconocen y que jamás tendrian porque haber involucrado a ella y sus hermanos.

Clemente, taxista de 38 años, había construido su casa con el fruto de su trabajo y años de sacrificio, en un terreno que su madre le había heredado tras irse a vivir a otro sitio.

En ese mismo terreno, para poder subsistir había puesto un pequeño lavado de autos, donde atendían su esposa, Martidina, y sus tres hijos, quienes alegres ayudaban al pequeño negocio familiar.

Esa tarde de sábado, la clientela estaba bajando, así que decidieron cerrar y disponerse los seis a tener un rato de convivencia familiar tras una agotadora semana.

Sin embargo, sus sueños se cortaron y de un momento a otro, la muerte blandió su guadaña con fuerza y ella quedó tumbada en el suelo, bañada en sangre y perdida en este mundo de violencia, como piel de ángel desgarrado.

La escena simplemente era desgarradora, dantesca, irreal y como sacada de una pesadilla.

“Qué clase de monstruo sin alma podría hacer algo así?”, decía entre sollozos uno de los familiares, contemplando, aún sin creer, los féretros.

Larga fue la espera desde el mediodía hasta el crepúsculo, cuando personal de la funeraria entregó los cuerpos.

El trabajo de los empleados fue arduo y titánico, pues los cuerpos habían sido tratados con tal violencia que prefirieron entregarlos cerrados.

Esa tarde en aquella sala no había seis, sino siete muertos. Pues una madre había muerto en vida, sufriendo el dolor de tener que enterrar a sus propios hijos y nietos.

“¿¡Por qué me dejaron solita, porque mis niños, porque ustedes mis bebés!?”, gritaba la hermana de Martidina, quebrándose en mil pedazos.

 

A las afuera de la funeraria yacía, solitaria, una patrulla de elementos policiacos resguardando el sitio.

“¿Para qué se molestan en venir ya, si cuando debieron no hicieron su trabajo?”, por eso mis hijos y mis nietos estan muertos”, reclamó un anciano, mientras los navales se encerraban en su vehiculo. Ahora ellos tenían miedo.


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