20 de Abril de 2024

‘A la sombra de Dios’

Daniel Torres / Enviado Especial

Juchitán, Oaxaca

“Esa noche estuvimos completamente solos, a la sombra de Dios, nadie pudo ayudarnos, solo se escuchaban los gritos de la gente en las calles”, recuerda don Eulalio, un hombre de 76 años y habitante de la localidad de Asunción Ixtaltepec, uno de los dos municipios en Oaxaca donde hubo más daños tras suscitarse el terremoto del pasado jueves.

Aquí, 12 personas murieron prácticamente aplastadas por sus propias casas que se colapsaron tras los fuertes movimientos oscilatorios.

Eulalio, afortunadamente no tiene a nadie que llorar su muerte, sin embargo, su vivienda quedó prácticamente devastada hasta los cimientos; donde antes había una pintoresca casa de arquitectura colonial, ahora solo hay una pila de escombros y madera.

Sin embargo, otros, como Doña Anastasia, no corrieron con la misma suerte, pues tras la tragedia, perdió a su esposo, su vivienda y prácticamente todo su patrimonio; atónita mira como colocan el lustroso ataúd en un agujero bajo los intempestivos rayos del sol, ahí en el panteón local.

A menos de 20 metros otras dos familias hacen lo propio con sus familiares, mientras a lo lejos, se escucha como arriba al camposanto otro cortejo fúnebre. Una mujer llora y un ave canta a lo lejos con una melancólica tonada.

Las calles, demuestran el nivel de devastación, casi todos los inmuebles de esta localidad se vinieron abajo o tuvieron afectaciones severas.

En Juchitán la situación no es menos terrible, pues aquí se contabilizan 16 muertos, y varios desaparecidos bajo los escombros de sus viviendas.

Tal es el caso de don Ernesto, de 61 años, quien por pura suerte u obra de dios vivió para contarlo.

A unas semanas de haber sepultado su madre, con quien vivía en una vivienda construida de ladrillo y tejas, la tragedia volvió al perder prácticamente todo su patrimonio.

“Había salido al patio pues el perro comenzó a ladrar, entonces cuando estaba en la puerta, la tierra se comenzó a sacudir y mi casa se derrumbó a mis espaldas”, expresa con tristeza.

Ahora, la ropa que trae puesta, una radio vieja y una hamaca que logro sacar de entre los escombros, son su único patrimonio, pues todo lo demás quedó sepultado bajo toneladas de concreto y madera.

Ahora, dice que a estas alturas le hubiera dado igual si hubiera quedado bajo los escombros de su vivienda, pues a su edad, comenzar de cero es casi imposible.

A tan solo dos calles, Rutila, de 76 años sube a una pequeña camioneta los pocos muebles que logró sacar de su vivienda.

Aunque no tiene a nadie que lamentar su perdida, su tragedia no deja de ser doblemente dramática.

Responsable de sus dos nietos, hijos de su fallecida hija, había logrado subsistir de un negocio en el mercado local de esta ciudad, de donde además lograba pagar la carrera de medicina a uno de sus nietos.

Ahora, donde antes hubo un mercado, solo quedan polvo, piedras y metal retorcido.

Con el rostro cansado y la mirada perdida, Rutila termina de subir una polvorienta sabana con ropa, para dirigirse a casa de un conocido, quien se ofreció a darle asilo a ella y sus nietos.

“Ahora no sé que haré para poder subsistir y sacar adelante a mis hijos, mi patrimonio, mi fuente de empleo se fueron de la noche a la mañana, me han quitado todo”, susurra entre lágrimas involuntarias.

Al caer la noche en Juchitán, es cuando las cosas se ponen más tensas.

Postrados en las calles, los vecinos tratan de descansar con el temor de una réplica de mayor magnitud, pues sorpresivamente, a cada cierto tiempo, una fuerte sacudida los advertía de otra posible tragedia. Silvia es una de ellas.

A unas semanas de convertirse en abuela, los ánimos y felicidad de fueron, quedando un ambiente de miedo y luto por la tragedia, que llenó 16 ataúdes en esta ciudad.

A pesar de que su casa no se vio afectada por el sismo, gracias a los fuertes cimientos, desde la noche del jueves duerme en la calle con su familia, por temor a que un nuevo sismo esta vez haga con su vivienda lo que hizo con la de sus vecinos.

Ese mismo temor es el que la obliga a ella, su esposo y su hija y nieto a dormir, comer y pasar el rato en la calle.

La noche es eterna para ella y los demás habitantes de este sector, quienes solo reposan, pues las repentinas sacudidas que ocasionan las réplicas, les ponen los cabellos de punta, y los obligan a estar en alerta constante.

Aunque sus familiares intentan descansar recostados en una colchoneta, ella no puede dormir, pasa alerta la noche, a la expectativa de no morir aplastados por otro temblor.

A tan solo unas calles de aquí se encuentra el palacio municipal, mismo que se colapsó casi en su totalidad, dejando a varias personas sepultadas entre los escombros.

Aquí, cuerpos de rescate como los topos, policía federal, ejército y marina, trabajan hasta el agotamiento para rescatar a quienes quedaron bajo los fierros retorcidos de lo que una vez fue el ayuntamiento.

Aunque en la plaza hay al menos 300 gentes, el silencio es sepulcral, todos están a la expectativa.

Un elemento del escuadrón de rescate de Los Topos reclama al montículo de escombros, esperando escuchar los gritos de auxilio de alguien.

Las labores de búsqueda y rescate han rendido sus frutos, pues ya han logrado rescatar a tres personas de entre los restos del palacio municipal.

Sin embargo; todo indica que aún queda alguien más entre los escombros.

Se trata de Juan, un elemento de la policía municipal quien la noche de la tragedia se encontraba en el palacio municipal, vigilando el inmueble.

Binomios caninos se alarman al acercarse al montículo de concreto y metal, indicando que hay algo bajo de ellos.

El rescatista vuelve a gritar, pero no recibe respuesta.

Cuando intentan escarbar entre el concreto, se comienza a sentir otra réplica, por lo que inmediatamente paralizan las labores de rescate.

La esposa de Juan y sus hijos están ahí, trasnochados esperado en cualquier momento un milagro ocurra.

Desafortunadamente el milagro jamás llegó. Tras casi 48 horas de labores de búsqueda y rescate hallan el cuerpo de Juan, la víctima 16 de este terremoto en Juchitán.

El grito de dolor de sus deudos se pierde en la noche, en el silencio sepulcral, en el dolor que enluta a todo un estado.

Personal de socorro, así como varios habitantes la retiran del sitio, pasan al lado de un vehículo del ejército.

En la parte trasera hay dos soldados descansando, derrotados física y mentalmente. Uno quien está sentado baja la cabeza. Su cuerpo y su espíritu fueron llevados al límite en un esfuerzo en vano, sin embargo, él y los suyos solo tienen unas horas para reponerse, pues al salir el sol deberán volver a comenzar, pues la tragedia aún está muy lejos de terminar.