28 de Marzo de 2024

¿Ayudar o no ayudar?

Gabriel Guerra

 

Para quienes nos tocó vivir de cerca el terremoto del 19 de septiembre de 1985 y sus secuelas, todo desastre natural evoca no sólo la terrible tragedia, sino también la asombrosa reacción colectiva e individual de muchísimos mexicanos.

Ese despertar social, manifestado inicialmente en la ayuda personal o de vecinos que se fue gradualmente organizando, o en la participación de agrupaciones que ya tenían esa vocación o la descubrieron, dio forma a un concepto que se nos quedó grabado: el de la solidaridad, así con minúsculas para no confundirla con el programa social lanzado unos años después por el entonces presidente Carlos Salinas de Gortari.

La solidaridad, el surgimiento o consolidación de organizaciones de la sociedad civil, la ayuda individual, no surgieron en el vacío. Se dieron como respuesta, a veces estructurada, a veces espontánea o incluso desesperada, a las incontables carencias de la respuesta gubernamental. No solamente eran insuficientes los recursos humanos y materiales, la coordinación entre distintas dependencias y la logística fueron también notoriamente fallidas.

Las dimensiones del daño eran mayúsculas, ciertamente, y difícilmente se podía estar preparado, pero falló también la respuesta política. El gobierno federal y el del Distrito Federal se pasmaron: no solamente se vieron rebasados en las tareas de rescate y reconstrucción, sino en la presencia política, en la respuesta ágil en términos de comunicación, de imagen. Y eso no es menor, ante una tragedia de esa magnitud la gente voltea en busca de ayuda material, pero también de guía, de liderazgo. No los hubo.

Sin menospreciar a muchos otros factores y actores, ese momento de 1985 probablemente fue la gota que derramó el vaso del sistema unipartidista. La falla completa del gobierno al que se creía omnipresente y omnipotente, la ágil y multitudinaria respuesta de la gente, se combinaron. Tres años más tarde el PRI perdía de manera aplastante la capital del país y en la percepción de muchos también la Presidencia. Más allá de los conteos oficiales, perdió su legitimidad. Y ahí se aceleró nuestro incierto y atrabancado paso rumbo a la competencia política y la alternancia.

Hoy, 32 años después, a México lo sacude un sismo igualmente potente pero mucho menos mortífero y destructivo. Eso es nulo consuelo para miles y miles de afectados en algunos de los estados más pobres del país. Si bien no cabe comparación con lo sucedido en 1985, la respuesta gubernamental nuevamente tarda, no llega a todos los lugares que debería. Y de nuevo son la sociedad, las ONG, las que entran al quite.

Hay un debate en redes sociales acerca de si se debe o no ayudar a los afectados. Comprensible la suspicacia acerca de si la ayuda llegará o no a su destino, de si no engordará las bodegas o bolsillos de funcionarios, de intermediarios o especuladores, pero no me entra en la cabeza que haya quien se resista a ayudar cuando existen alternativas probadas, serias, que pueden evitar la burocracia o el uso político de los recursos.

La ayuda urge, las necesidades de los afectados son enormes. Hay quien afirma que todo se resolvería regresando los recursos de la así llamada Estafa Maestra, vendiendo el avión presidencial, acabando con la corrupción y el desperdicio gubernamentales. ¿Buenos deseos, simplismo, demagogia? ¿O simplemente mezclar y enredar la discusión? Lo cierto es que en estos momentos la gente necesita apoyo, ya. Si el esfuerzo gubernamental es insuficiente y el cinismo de los políticos insultante, ya se los cobrarán, se los cobraremos en las urnas, en los medios. Pero no dejemos que sean pretexto para renunciar a nuestra obligación solidaria.

Posdata: El gobierno mexicano declara persona non grata al embajador de Corea del Norte, en un acto cuando menos inútil. Le da 72 horas para abandonar el país, pero el embajador ahí sigue. De caricatura.

 

Analista político y comunicador


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