28 de Abril de 2024

EN TERCERA PERSONA

LA FASCINANTE Y RARA HISTORIA DEL PRIMER LIBRO

HÉCTOR DE MAULEÓN

El primer libro impreso llegó a las costas de Yucatán gracias a un naufragio. Faltaban diez años para la caída de Tenochtitlan y ocho para que Hernán Cortés pisara por primera vez las costas de Veracruz.

Se cree que se trataba de un incunable: un libro impreso antes del año 1500; probablemente, el llamado Libro de las Horas de Nuestra Señora.

Formaba parte de las pocas pertenencias que llevaba encima el fraile Jerónimo de Aguilar. En 1511, él y otros 19 pasajeros que habían naufragado en aguas del Caribe lograron subir a un batel que los arrastró hasta playas de Yucatán. Así comenzó una de las historias más fascinantes y polémicas del tiempo de la Conquista.

En la Crónica de la Nueva España, escrita muchos años después, se lee que en cuanto los náufragos pisaron tierra fueron vistos por unos indios y sobrevino una batalla. Algunos de los náufragos murieron en la playa. Otros fueron apresados y sacrificados, entre ellos el capitán Juan de Valdivia. Fray Diego de Landa cuenta que “un mal cacique… hizo banquetes (con la carne) de ellos”.

Quedaron con vida solo tres de los tripulantes. El marinero Gonzalo Guerrero (algunos cronistas lo llaman Morales, Fulano de Morales o Gonzalo de Aroca), el propio fray Jerónimo de Aguilar, y un soldado al que un mazazo en la cabeza hizo perder el juicio, y al que los habitantes de la costa le perdonaron la vida: “Holgábanse con él, porque era gracioso y sin perjuicio”, escribió Francisco Cervantes de Salazar.

Ocho años más tarde, según narra el cronista Fernández de Oviedo, Cortés le oyó decir a unos indios que tierra adentro había “otros christianos” que “se avían perdido con una carabela en aquella costa”. Diego López de Cogolludo aclara por su parte que a Cortés le informaron que “había hombres semejantes a los españoles con barbas, y que no eran deste reino (sic)”. Bernal Díaz del Castillo agrega que el capitán envió entonces a unos mensajeros con una carta, y con el rescate que debían ofrecer a los caciques que retenían a los españoles, unas misteriosas cuentas verdes.

Aquella carta fue, en rigor, la primera que se escribió en estas tierras: “He sabido que estáis en poder de un cacique, detenidos. Yo os pido por merced, que luego os vengáis aquí a Cuzmil (Cozumel), que para ello envío un navío con soldados, si los hubiéredes menester…”.

Jerónimo de Aguilar y Gonzalo Guerrero iban a ser también sacrificados, los habían incluso puesto en engorda, pero “quebrantaron la prisión” y huyeron por los montes. Llegaron a los dominios de un cacique “enemigo del primero y más piadoso”. Les concedió la vida, “a trueque de la gran servidumbre en que los puso”.

Aguilar permaneció a su lado, según algunas fuentes, sobajado constantemente por la gente del pueblo. Él relató más tarde que, en vista de su castidad, sus verdugos habían terminado viéndolo con simpatía.

A Gonzalo Guerrero lo enviaron a Chetumal bajo el servicio de “un señor llamado Nachancan, el cual le dio a su cargo las cosas de la guerra en que estuvo muy bien, venciendo muchas veces a los enemigos de su señor”, relata el padre Landa.

Fray Jerónimo debió saltar de gusto al recibir la carta de Cortés. Tras pagar, tal vez, su rescate, salió en busca de Gonzalo Guerrero. La respuesta que le dio este ha sido citada un millón de veces, calcada de la crónica de Bernal: “Yo soy casado y tengo tres hijos. Tiénenme por cacique y capitán, cuando hay guerras; la cara tengo labrada, y horadadas las orejas, ¿qué dirán de mí esos españoles, si me ven ir de este modo? Idos vos con Dios, que ya veis que esos mis hijitos son bonitos, y dadme por vida vuestra de esas cuentas verdes que traéis, para darles, y diré que mis hermanos me las envían de mi tierra”.


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