22 de Noviembre de 2024

Ataque al bar de Veracruz dejó al menos 20 huérfanos

Son hijos de meseras y bailarinas que fueron asesinadas en el ataque al bar, como Yurai, quien una semana antes había prometido a su madre que dejaría ese trabajo para dedicarse solo a cuidar a los menores.

Redacción
Coatzacoalcos, Ver.

Días antes de morir asfixiada por monóxido de carbono en el bar “El Caballo Blanco”, Yurai, de 32 años, le había dicho a su madre que dejaría de bailar en el centro nocturno para dedicarse a sus cinco hijos.


De acuerdo con autoridades municipales, en total son 20 menores que quedaron en la orfandad, hijos de bailarinas y meseras del centro nocturno que fueron asesinadas en el ataque. El plan que la joven madre tenía era terminar de construir su casa y hacer un pequeño ahorro para poner un negocio. El plazo que se puso era de dos meses.


Según cuenta su madre, estaba cansada de tener que bailar para desconocidos y cada día le pesaba más llegar hasta el table dance. Yurai era consciente del riesgo que significaba tener que desnudarse todas las noches en un negocio al que sabía ya acechaba el crimen organizado, pero la necesidad y las ganas de ofrecerle un hogar digno a sus hijos la mantuvo ahí durante 6 años.


“Ese mismo día que me prometió que dejaría ese empleo, mi hija me dijo ‘te voy a decir algo mamita: el trabajo que tengo es peligroso, muy peligroso, y si algo me llegara a pasar quiero que usted vea a mis hijos. Por favor, cuídalos’. Yo le dije que sí”.


Rosa Villena, como se llama la madre de Yurai, nunca imaginó que aquella plática con su hija resultaría profética y se convertiría en la última. Rosa Villena, madre de Yurai, una de las 28 víctimas del ataque en el bar “Caballo Blanco”. (Araceli López) Pasaron cinco días después de aquella charla entre madre e hija y, como era habitual, Yurai salió de casa el martes por la tarde. Llevaba consigo un vestido negro y tacones altos, además cargaba un bolso en el que guardaba celosamente las fotos de sus hijos: Ángel, de 16; Brayan, de 12; Jesús, de 8; Santiago, de 6, y Saúl, de 3 meses.


Yurai tenía cinco hijos, uno de ellos un bebé de tres meses. (Araceli López) Una vez que llegó al centro nocturno, ni doña Rosa ni su padre Juan Antonio y mucho menos su hermana Jael volvieron a saber de ella. Era regla no hablarle en horas de trabajo. Ninguno de sus familiares imaginó que la siguiente vez que la tuvieran cerca sería en una pacha del servicio médico forense. Hasta antes de dedicarse al baile Yurai fue ama de casa, su madre cuenta que su hija siempre fue una buena esposa, pero que a su yerno le gustaba golpearla y por ello un día decidió abandonarlo. “Estaba sola, y no encontraba trabajo.


Un día de la nada después de semanas de búsqueda me dijo que se convertiría en bailarina de tubo, que solo se iba a dedicar a bailar. Ella aseguró que iba a ser un empleo temporal, pero como le iba bien pasó ahí seis años, tiempo en el que logró construir esta casa”, cuenta la madre de Yurai. Hoy esos niños por los que tanto trabajó sí tienen una casa, pero no a su madre y el miedo que sufre la abuela de los menores es que no pueda darles la vida a la que sus hijos los acostumbró. Aunque la intención de doña Rosa es proteger a sus nietos, su hija Damaris, hermana menor de Yurai, asegura que será ella quien los tendrá que cuidar, pues su madre está enferma del corazón.


El chico de las zapatillas.
Un joven observa la conferencia de prensa de los familiares de algunas de las víctimas del ataque al bar. Él tampoco quiere ser nombrado, asegura que las cosas en Coatzacoalcos no están para denunciar, por lo que prefiere que lo llamen "el chico de las zapatillas", porque surtía de calzado a las bailarinas del bar.

Las conocía a todas, mantenía estrecha amistad con algunas, así que se siente molesto por los calificativos que la sociedad lanza a las víctimas por el oficio que desempeñaban por necesidad. La pobreza es un elemento que tenían todas en común, además de ser madres.

"Eran mis amigas, mis clientes, les vendía zapatos y algunos otros productos. Sólo quiero decir algo: ellas eran mujeres que estaban allí por necesidad, que a lo mejor ganaban mil 200 pesos, pero con los descuentos terminaban quedándose con 500 pesos, si es que les iba bien, pero ganarse ese dinero era soportar mucho y estaban expuestas al peligro. No es justo que las estigmaticen, ellas eran inocentes", platica.

Unas zapatillas negras de aguja estaban destinadas para Sugey; el joven distribuidor había acordado su entrega un día después de la masacre. El calzado aún lo conserva.

Aunque ninguna de las chicas le confesó alguna extorsión o estar en peligro, la quema de otros locales en pasados meses las había puesto en alerta y algunas analizaban irse a otro estado para librarse de la violencia, pero tampoco lo lograron.

Él las recuerda alegres, buenas madres y amigas, fieles clientas de zapatillas.


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