En los últimos años se han encontrado cientos de fosas clandestinas en Veracruz, un mínimo porcentaje de los cuerpos hallados han podido ser identificados y devueltos a sus familiares.
Héctor de Mauleón
Un centenar de madres del colectivo Solecito marchaba en el puerto de Veracruz para exigir a las autoridades una rápida respuesta ante la desaparición de sus hijos. Esto ocurrió el 10 de mayo de 2016. De pronto, varios hombres bajaron de una camioneta, entregaron a algunas mujeres una misteriosa hoja de papel y luego huyeron a toda velocidad.
Sucedió tan rápido que momentos más tarde, cuando las madres intentaron averiguar qué había ocurrido, nadie pudo describir los rasgos de aquellos personajes.
En aquellas hojas había un mapa. Aparecían las palabras “Bulevar Santa Fe”, “tranca azul”, “vías del tren”, “tranca de fierro”, y “calle San Leonardo”.
Lo más significativo de aquel mapa se hallaba en el extremo superior derecho. Ahí estaban marcadas unas 70 cruces. Ahí estaba la palabra “cuerpos”.
Tres años antes había sido secuestrado en el puerto el hijo de la señora Lucía de los Ángeles Díaz Genau, un exitoso joven de 29 años dedicado a organizar bodas, XV Años y eventos sociales.
Sólo pudo averiguar que habían entrado por él a su propia casa, y lo habían arrebatado de su propia cama. “El mundo mío se cayó”, dice. La señora Díaz prácticamente se fue a vivir al ministerio público, un lugar en el que sólo halló indiferencia, ineptitud, colusión y contubernio con el crimen organizado. “Una oscuridad total”, afirma.
Ahí conoció a ocho mujeres que llevaban sobre la espalda su propia historia de terror. Así nació el colectivo Solecito, al que pronto se sumaron decenas de madres que buscaban a sus hijos.
“En cuanto vi aquel mapa supe exactamente de qué se trataba. Lo que no tenía manera de saber, era el horror indescriptible que íbamos a hallar”, relata la señora Díaz Genau.
Así llegaron a Colinas de Santa Fe, un predio rústico de más de 20 hectáreas, ubicado prácticamente a la entrada del puerto de Veracruz. “De inmediato detectamos la primera fosa: un mundo de sangre, de fluidos, de gusanos blancos. Nunca pensé ver algo así”, prosigue Díaz.
En aquella fosa había 15 cuerpos vendados y metidos en bolsas. Dos de ellos tenían sus credenciales de trabajo entre las vendas de la cabeza. Uno era oficial del operativo Veracruz Seguro, Pedro Huesca, que un grupo del crimen organizado “levantó” en 2013. El otro era su asistente, el oficial secretario Gerardo Montiel.
Con apoyo de la Policía Científica, y de personal de la subsecretaría de Derechos Humanos; con el auxilio de un grupo de ciudadanos procedentes de Iguala, que se habían vuelto expertos en la búsqueda de fosas en los cerros a raíz de los hechos de Ayotzinapa, el grupo comenzó a encontrar, en el primer mes, seis o siete fosas cada día.
“Era insólito: a unos minutos del centro, a un lado del recinto portuario, ¿una fosa de este tamaño? ¿Pudieron llevar a enterrar todos esos cuerpos y nadie supo nada?”, se pregunta Díaz.
El colectivo había destapado la fosa clandestina más grande de América Latina. Casi todos los restos estaban vendados. Todos estaban embolsados. Algunos cuerpos habían sido desmembrados. En ciertos puntos aparecieron cabellos, zapatos, ropa de mujer: “Hay muchas muchachas aquí”, dice la señora.
El 12 de diciembre pasado apareció la víctima 298. No existen datos sobre su identidad. Sólo se sabe, por las condiciones de los restos, que fue inhumada en fechas recientes. En las 155 fosas que el colectivo ha hallado hasta el momento, aparecieron restos inhumados en 2009, durante el tiempo en que los Zetas sembraban el terror en Veracruz. Las fosas fueron reutilizadas durante años. A veces, en una misma fosa, fueron hallados restos esqueletizados al lado de cadáveres “que aún tenían tejido”.
De todos esos cuerpos, sólo ha sido posible identificar 18. Y de ellos, sólo siete han sido entregados a sus familiares: sólo siete han regresado con los suyos. Del resto no se sabe nada. En muchos casos ni siquiera hay indicios de sexo, no se diga de edad. Son pedazos humanos amontonados en una morgue. Pedazos en un país rebasado por el horror...
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Perdí el miedo a todo: Padre de desaparecida
Enrique trabajaba como guardia de seguridad por las noches y regresaba hasta el día siguiente por las mañanas. Cuando llegó a casa el sábado 3 de febrero, no encontró a su hija. "No vino a dormir toda la noche", le informó su esposa.
El Universal
LERDO, Dgo.
Nadie sabe dónde está Kassandra Ballín Limones, madre de una niña y un niño. Desapareció el 2 de febrero de 2018 en el municipio de Lerdo, Durango. Enrique, su padre, dice que parece como si se la hubiera tragado la tierra. "Lo que quiere uno es saber algo", clama desde su casa, donde muestra un retrato de su hija de 24 años.
Kassandra es la más chica de sus cuatro hijos, es madre soltera. Delgada, de cabello largo y ondulado. Le gustaba bailar y escuchar música de banda, reunirse con sus amigas y comer chiles rellenos.
Enrique trabajaba como guardia de seguridad por las noches y regresaba hasta el día siguiente por las mañanas. Cuando llegó a casa el sábado 3 de febrero, no encontró a su hija. "No vino a dormir toda la noche", le informó su esposa.
Ninguna amiga le dio razón del paradero. El novio de Kassandra, un muchacho del barrio, le aseguró que estuvo con ella, pero que se había ido a las 11 de la noche. Enrique denunció (A.P 839/2018) la desaparición de su hija en la Vicefiscalía de Durango, pero asegura que nunca le hicieron caso. "Puras evasivas, nunca hubo una respuesta", dice.
Pidió investigaran a la pareja sentimental de su hija y hasta les dio la dirección en dónde encontrarlo. "Por qué no mejor usted mismo le dice que venga a declarar por voluntad propia", le contestaron los ministeriales.
Acudió con el novio, Édgar, y éste se comprometió a dar su declaración, pero nunca lo hizo. Se cambió de domicilio. Enrique investigó su nueva dirección, se movió para que las autoridades lo citaran, pero nunca acudió a declarar.
Después distintas personas le aseguraban que la habían visto en diferentes lados: en la ciudad de Durango, en parajes lejanos de Gómez Palacio, con chavos, con señores mayores y en un prostíbulo en Tamaulipas.
Enrique acudía con esperanza de concreto, pero terminaba por quebrarse. Nunca encontró nada. "Nunca hemos sabido absolutamente nada de ella, ni una pista", platica.
Como publicó su caso en Facebook, alguna gente trató de extorsionarlo: "Hay mucha gente que no respeta el dolor y se aprovecha de la situación", menciona.
Asegura que desde la desaparición de su hija, le perdió el miedo a todo, incluida la muerte. Enrique comenzó a buscar solo, sin resultados. En la vicefiscalía apenas y lo atendían. En el camino se encontró con más padres con el mismo dolor: "Sentí como una nueva familia", dice. Se unió a la Caravana de Búsqueda y en un penal de Morelia, Michoacán, un preso tomó la foto de su hija.
"¿La conoces?", le preguntó. "Sí, estuve tomando con ella en un prostíbulo", respondió el interno.
Enrique preguntó cuánto tiempo tenía aquello, pero el hombre dijo que tres años. Otra vez, la esperanza de poder encontrarla se cuarteó. Kassandra apenas tenía nueve meses desaparecida.
"Cuando pasa el tiempo, lo que quiere uno es saber algo, lo que sea, pero saber algo, que se acabe esta incertidumbre, este desasosiego", platica el padre de familia.
Muchas especulaciones
Enrique no recuerda nada diferente de la última vez que vio a su hija. "Platicamos por la mañana, lo cotidiano. Nada extraño", dice sobre aquella mañana del 2 de febrero. Refiere que está convencido de que alguien tuvo que ver con la desaparición de su hija.
"A dos cuadras venden droga. Mi hija pasaba, a lo mejor alguna vez la vieron. Es joven y hay muchos negocios. Lo veo por ese lado, son muchas especulaciones las que uno hace", comenta.
Enrique decidió desde el 18 de mayo pasado dejar su trabajo y dedicarse a buscar a su hija. Vive de una pensión de 4 mil 400 pesos y de vender pantalones con su esposa. Acude también cada 20 días a terapias sicológicas en el Instituto de la Mujer de Gómez Palacio. Dice que sí le han servido.
Asimismo, percibe que a sus nietos les está afectando la ausencia de su madre. Los hijos, Yamileth Elizabeth y Edwin Jesús, preguntan a cada rato por ella. "Mamá Kassandra por qué no viene", le dicen. Los abuelos les contestan que está trabajando, que anda ocupada.
El próximo 8 de mayo, Kassandra cumplirá 25 años. Su papá le manda un mensaje a su hija, en donde quiera que se encuentre: "Regresa, te estamos esperando. Te queremos mucho y te extrañamos. Tus hijos te extrañan. Queremos que se acabe esta incertidumbre, volver a ser la familia que éramos. Extraño hasta tus enojos, tus desplantes. Cuando falta alguien, la vida cambia totalmente", confiesa.