Manuel Zepeda
Goytisolo. Hermano mayor de una dinastía de escritores catalanes, fue miembro en España de la llamada generación de los 50, al lado de Ángel González, Jaime Gil de Viedma y Carlos Barral, entre otros. José Agustín, que son sus nombres de pila, tiene en común con sus congéneres creadores de literatura, el compromiso político al lado de una renovada atención por el lenguaje y la lírica.
Cercano a la tragedia desde niño -su madre murió en un bombardeo franquista a Barcelona en 1938-, fue marcado por ella para siempre. Miembro de familia acomodada catalana, su obra refleja permanentemente su pena eterna, al lado de la propuesta alternativa a un franquismo capitalista para la construcción de un nuevo humanismo en España. Su muerte, enmarcada en la tragedia, sucedió cuando cayó desde la ventana de su apartamento. Nunca se aceptó el suicidio.
Pues a este poeta catalán, Paco Ibáñez, ese cantautor francés arraigado en España y que a mi generación nos marcara para toda la vida, le puso música a sus poemas dándole una dimensión popular impresionante en la década de los setentas y ochentas del siglo pasado.
Uno de esos poemas, Érase una vez, me lo he aprendido de memoria desde que mis hijas aparecieron porque al maestro Ibáñez le salió una canción tierna que yo usé y lo sigo haciendo en las siguientes generaciones de la familia, para arrullar los sueños de la edad temprana.
Dice así:
Érase una vez un lobito bueno al que maltrataban todos los corderos. Y había también un príncipe malo, una bruja hermosa y un pirata honrado. Todas esas cosa había una vez, cuando yo soñaba un mundo al revés.
Me he acordado estos días del poema de José Agustín Goytisolo al que paco Ibáñez le pusiera música -ahora con tristeza-, porque nuestro país, desde hace casi dos meses, está convertido en un mundo al revés con intención de que así lo sea, aunque algunas veces pudiera haber sido -doy el beneficio de la duda-, de manera involuntaria.
Las primeras notas que aparecieron más allá de las fronteras de México y que prácticamente detonaron una avalancha de notas negativas hacia nuestro país en todo el mundo, aludían a una tragedia de jóvenes asesinados y la negligencia del gobierno para atenderla. El representante de Human Rights Watch que visitó nuestro país así se lo hizo saber a la prensa internacional. Lo que no dijo fue que la autoridad federal le explicó que el Pacto federal indica que para que el Ejecutivo Federal “atraiga” el caso a través de la PGR, debe de haber una solicitud en forma de la entidad federativa para ello. Exclusiones voluntarias como esta, trajeron a chiapanecólogos de todo el mundo a interpretar en tres semanas con libro de por medio, pecho tierra en cualquier hotel de San Cristóbal, la guerra zapatista
La negligencia en el actuar del gobierno guerrerense, por la protección partidista de los involucrados en los hechos -ahora lo sabemos-, además de la incapacidad de Aguirre Rivero para intentar siquiera un asomo de resolución junto a su tardanza por solicitar la intervención en el caso del Gobierno federal, paralizaron todo. El operativo de búsqueda, ciertamente retrasado por lo aquí dicho, pero nunca intentado como ahora de manera profesional e intensa en toda la historia del México contemporáneo, tuvo ya resultados. Hay culpables confesos en la cárcel y se buscan más en todos los rincones de México. La búsqueda de los estudiantes desaparecidos sigue.
Los incendios de la capital guerrerense, que como Nerón están a punto de acabar con toda la ciudad, corresponden a la CETEG que quieren que la reforma educativa no se cumpla, que les paguen salarios que no merecen y seguir como siempre con la educación: deteriorada e ineficaz. Los desaparecidos son mero pretexto. La fuerza pública tiene orden de no intervenir ni responder a las agresiones lo que ya ha generado bajas entre los policías que ponen en peligro sus vidas. Ya protestaron porque no les permiten actuar, al menos para defenderse de las agresiones.
El incendio de la puerta del Palacio Nacional fue obra de jóvenes delincuentes fuera de sus cabales. Es evidente. Sin embargo, en las redes sociales se llegó a culpar al propio Ejército Nacional, involucrando a uno de sus miembros que aparecía en el lugar de los hechos “vigilando el cumplimento”. Nunca dijeron que fue un oficial de alto rango quien, arriesgando su vida, buscó impedirlo. De ese suceso salió herido y pudo haber tenido un resultado peor, a juzgar por los videos exhibidos. Días después, el mismo estudiante que presenciaba en primera fila el incendio de la puerta, fue pillado intentando infiltrarse para incendiar la Rectoría de la UNAM.
En Xalapa, los mal llamados “anarcos” incendiaron la sede del PRI estatal y destruyeron obras de arte. Los estudiantes de verdad se deslindaron de los hechos delincuenciales.
En la capital de Chiapas, mas “anarcos” sindicalistas destruyeron la Secretaría de Educación y vehículos particulares, así como la caseta de cobro de la autopista Tuxtla-San Cristóbal.
Hace unas horas, un comunicado distribuido ampliamente ofrecía detalles diabólicos del asesinato del Padre Solalinde. Una comunicadora importante de México daba razón y seña. Fue desmentido y el sacerdote culpa ahora al presidente de lo que le pudiera pasar.
Es evidente que quieren poder a México al revés. Ante la provocación cotidiana, la Federación y los estados son ecuánimes en cuanto a responder para no crear una chispa de pretexto.
¿Quién está interesado en así enseñarlo?
Quien sea, está creando un daño profundo. Muchos, involuntariamente, son tripulados.
Diálogo y confianza es la solución. Las pláticas del Politécnico y la SEP lo demuestran.
Ayer, los padres recibieron una señal esperanzadora. Sería providencial.
Mientras, hagamos conciencia de que son fuerzas que quieren dañar a México, sin importarles nada. No seamos el pretexto.