- Con 60 años, André continúa siendo el baterista de Caifanes, sigue de gira con ellos, y en descansos como éstos trabaja en su proyecto como solista.
El Universal
CIUDAD DE MÉXICO
Son las 12:30 de la tarde en Coyoacán. Alfonso André desciende de un taxi con una pequeña maleta en la mano, destaca su cabello más largo incluso que cuando grabó su primer disco con Caifanes. Entonces, sonríe tímidamente, como quien guarda un secreto, y, despreocupado, cruza tranquilo una reja.
Esa casa es suya, pero siempre será la de sus padres. Ha vivido allí desde niño. Ya en el patio trasero, Alfonso limpia un poco una mesa de cristal y se sienta distraído, su mirada persigue a una mariposa que revolotea y tararea Yellow submarine, de The Beatles.
Con 60 años, André continúa siendo el baterista de Caifanes, sigue de gira con ellos, y en descansos como éstos trabaja en su proyecto como solista y toma un tiempo para su familia. "Siendo el baterista, eres el más anónimo, lo cual me encanta", se sincera, como para que no se confunda su semblante con enojo.
"Estar ahí enfrente todo el tiempo no es lo mío, soy una persona más introvertida, no tengo la personalidad del cantante que tiene el ego más inflado y que es más extrovertido, yo estoy bien atrás del escenario, siendo el menos visible", describe Alfonso.
El vivir sin reflectores debe ser un mantra para él. Al formar parte de uno de los grupos más icónicos de habla hispana, este Caifán ha mantenido una carrera impoluta, sin aspavientos, concentrado en la música. Eso significa que ha sorteado las tentaciones de una fama exorbitante, además de muchas diferencias con la agrupación que lo lanzó a la fama mundial.
"La clave para continuar es tomar tiempo para nosotros, darnos vacaciones de nosotros, que eso fue un error de la primera etapa del grupo, estar trabajando todo el tiempo, pues llega un momento en el que ya no nos soportamos, pero, así como ahora la hemos llevado muy bien", asegura en referencia a Caifanes o Jaguares, nombre que adoptaron algunos por diferencias entre los miembros.
Alfonso hace un break y suelta la frase, como en redoble: "No todo mundo tiene el trabajo que quiere, y se me olvida todo, si vengo cansado, enfermo, la vibra es una medicina. Me gustaría morirme en el escenario".
A su propio ritmo
Mientras Alfonso toma una taza de café, uno puede imaginárselo de pequeño ahí, descubriendo su pasión por el canto, inspirado por canciones de Rolling Stones y el piano de su madre. Curioseando con juguetes que se convertirían en tarolas y platillos.
"Aquí nos mudamos cuando nací, esta casa debe tener la misma edad que yo, por eso se está cayendo a pedazos, pero aquí pasé toda mi infancia, desde entonces golpeaba mis juguetes pretendiendo que tocaba la batería", dice.
Un día, a finales de los 80, ese niño ya era un joven que tocaba en escenarios cada vez más grandes. Para él, esa fama tuvo algo de fortuna, pero también es producto de mucho trabajo y no conformarse con poco: "Creo que tuvimos suerte de estar en el momento indicado, con las personas indicadas. Esa combinación de personalidades hizo que fuéramos muy originales, y nos tocó el boom del rock en español, donde se dieron cuenta de que podía ser un gran negocio. Además, nosotros nunca nos automarginamos, le entrábamos a cualquier foro o programa".
En su proyecto en solitario, hace la voz y se acompaña de su hijo, Julián, en la batería. "Traté de disuadirlo, me gusta que toque, pero el negocio de la música no me gusta, es muy sucio, no tiene nada que ver con el arte, lo hacen un negocio como vender zapatos. Pero lo trae en la sangre, y me deja muy tranquilo", opina.
Antes de despedirse, Alfonso reconoce que ya no es "un chavo de 20 años", que las crudas, si las hay, son ya terribles, que el tiempo "te va jodiendo", pero cree sigue tocando bien. "Eso es lo importante".