La reacción contra el globalismo o el internacionalismo tiene a veces giros que, aunque explicables pudieran quizá ser síntoma de algo más.
La globalización se tradujo los últimos años tanto en un movimiento masivo de turistas como en una migración de empleados con la facilidad de trabajar desde locaciones remotas.
Nada nuevo bajo el sol, excepto los números. Las cantidades de viajeros en busca de sensaciones se multiplicó y aunque frenado por la pandemia de COVID-19, está de nuevo alrededor de 1,300 millones por vía aérea. La misma pandemia alentó el trabajo desde casa, pero en tiempos de internet, es lo mismo si la casa está en Nueva York, París, México o Río de Janeiro.
Pero eso introduce disrupciones en las comunidades que visitan, o donde se establecen. Después de todo, cuando era un pequeño grupo, o un personaje aislado, era incluso simpático. Cuando son miles, hay problemas. Como con los migrantes no deseados.
Hace algunos meses, un crítico de cine que presumía de publicar en la edición en español de The Washington Post se quejaba de la llegada de estadounidenses que atraídos por las facilidades del home office y costos más bajos a condiciones similares producían en México un efecto de "gentrificación".
El personaje en cuestión lamentaba el encarecimiento de rentas y de vida en general en barrios como La Condesa, la colonia Roma o la Juárez. Después de todo, la llegada de extranjeros con mejores ingresos implicaba que los caseros subieran rentas y los restaurantes cobrasen más, mientras meseros y hasta vendedores ambulantes y pordioseros esperaban, o hasta exigieran, un poco más en propinas o limosnas.
Y por supuesto, un problema cultural porque son aislados, tienen hábitos distintos, no hablan el idioma...
Hace meses, también comenzaron a aparecer volantes en los que en un correcto inglés se informaba a los extranjeros que llegaban que no eran bienvenidos y que de hecho los locales los odian. Es posible que sea cierto. Pero aunque la queja sea legítima, o lo parezca, se parecen, por un lado, a los sentimientos que expresan algunos grupos estadounidenses respecto a los migrantes mexicanos, excepto en lo económico –allá, la queja es de que deterioran la situación–. Y a las protestas que en Europa se conocen como turismofobia y fueron reflejadas en estas páginas.
Nada nuevo bajo el sol. Se ha dado en Venecia, en Madrid y de manera notable en Barcelona, donde los locales hacen marchas para expresar su rechazo a los turistas.
La turismofobia se explica por las molestias creadas por la llegada masiva de visitantes temporales: demasiada gente en los buenos sitios, precios más caros, irritantes sin fin. Cosas que por supuesto no ocurren cuando "ellos" viajan.
Pero infortunadamente esos movimientos parten de bases similares a los grupos antimigrante: el resentimiento, el temor a los "invasores", los "otros", "los extraños"...
POR: JOSÉ CARREÑO FIGUERAS
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