En un mitin de campaña realizado el sábado en un suburbio de Atlanta, Georgia, el expresidente y candidato presidencial republicano Donald Trump atacó al popular gobernador de Georgia, Brian Kemp.
El único problema: Kemp es republicano, con un 60 por ciento de aprobación pública y a la cabeza de una maquinaria política dominante en Georgia, uno de los seis estados donde se espera se defina la carrera presidencial. Y peor aún, uno que Trump perdió en 2020 por apenas doce mil votos de entre más de cinco millones emitidos.
Hace cuatro años, Trump presionó a funcionarios estatales para cambiar los resultados de la votación y dio origen a un juicio al parecer en suspenso. Pero los ataques a Kemp no ayudan a su imagen con una buena parte de los republicanos de Georgia. En su opinión, "Es un mal tipo, es un tipo desleal y es un gobernador muy del promedio", dijo Trump.
Hace unos meses, quizá hace unas semanas, no hubiera importado. Pero con la carrera presidencial literalmente de cabeza tras de que los demócratas remplazaron a su candidato original, el presidente Joe Biden, por la vicepresidente Kamala Harris, lo que por lo pronto parecen errores del republicano Donald Trump y sus potenciales consecuencias se magnifican.
Ciertamente, la aparición de Harris galvanizó a los demócratas y les inyectó una nueva energía, y de creer a los medios políticos estadounidenses, su entrada en contienda alteró profundamente la estrategia de propaganda de Trump, basada en ataques a la edad y debilidad de Biden.
De entrada, porque Harris es una mujer birracial de 59 años de edad, que automáticamente fijó la atención sobre los 78 años de Trump.
Pero el desconcierto pareció mayor en la conducta de Trump, que hasta ahora desoyó consejos de atacar sobre temas sustantivos, como la economía o migración, que muchos conservadores estadounidenses consideran como centrales, y volvió a su viejo patrón de insultos personales y hablar sin cuidar lo que dice.
El estilo ya volvió a introducir irritantes con mujeres y las comunidades afro-estadounidense y latina, a las que se cortejaba con especial atención y en las que parece haber logrado avances. De hecho, afirma que Harris, una exfiscal general de California, no aprobó el examen de abogado y aprovechó lo que los conservadores llaman despectivamente el principio DEI, que en español implica Diversidad, Igualdad e Inclusión.
En ese marco, uno de los momentos menos deseados por los partidarios del candidato republicano puede ocurrir en cualquier momento entre ahora y noviembre: cuando se espera que la cantante Taylor Swift, un fenómeno mediático de cultura popular, exprese públicamente su respaldo a la demócrata Harris.
La cantante ya se ha expresado a favor de los derechos de la mujer y las minorías y se cree que su respaldo puede tener un impacto en el voto de adultos jóvenes.
POR JOSÉ CARREÑO FIGUERAS