24 de Noviembre de 2024

RADAR DE LIBROS / Europa después de Europa / El proyecto europeo está en entredicho por la crisis de los refugiados y la rebelión reaccionaria contra el cosmopolitanismo / Carlos Bravo Regidor

columnas heraldo


“Soy alguien que cree que el tren de la desintegración (europea) ya salió de la estación Bruselas –y temo que condenará al continente a la inestabilidad y a la irrelevancia. Transformará un ambiente de tolerancia y apertura en otro caracterizado por una mentalidad estrecha y acosadora […] No necesariamente conducirá a la guerra, aunque contribuirá a provocar miseria y agitación. Tampoco desaparecerá la cooperación política, cultural ni económica, pero sí el sueño de una Europa libre y unida”.

Eso escribe el intelectual búlgaro Ivan Krastev (Lukovit, 1965), en la introducción a Europa después de Europa (Universidad de Valencia, 2019), una meditación visionaria desde la perspectiva de alguien que ya vivió lo que en su momento también parecía una desintegración impensable: la del bloque comunista en Europa del Este. El proyecto europeo camina hacia el ocaso, advierte, porque dos potentes fenómenos interrelacionados están transformando la naturaleza de sus democracias: uno es la crisis de los refugiados; el otro, la rebelión reaccionaria contra el cosmopolitanismo.

La consolidación del proyecto europeo coincidió con el colapso de la Unión Soviética a principios de los años noventa, aquella era que Francis Fukuyama bautizó como “el fin de la historia”: no más utopías ni revoluciones; de ahí en adelante, democracia, constitucionalismo, globalización, economía de mercado, libre comercio e integración, etcétera.

Sintomáticamente, en la fórmula de Fukuyama nunca figuró el tema migratorio. Pero la migración, dice Krastev, es la revolución del siglo XXI: no ya la de las grandes masas que dan la vida por cambiar a su país, sino la de personas que se desplazan a otros países para tratar de sobrevivir y ganarse la vida.

Pero en esos “otros países” tiende a desarrollarse una respuesta adversa, un “pánico moral” basado en el resurgimiento de solidaridades particulares (i.e., nacionales, étnicas, culturales, religiosas, lingüísticas, etc.) que chocan con la solidaridad universal que supondría acoger a los migrantes que logran llegar a su suelo.

Y así, a pesar de que muchas sociedades europeas enfrentan importantes retos demográficos cuya solución más evidente sería recibir mayores flujos migratorios, lo que prevalece cada vez más es una actitud defensiva, intolerante y agraviada contra las élites políticas que no refuerzan las fronteras, que no establecen más restricciones, que no expulsan a los extranjeros, en fin, que se rehúsan a atender las demandas de discriminar y excluir como parte de la política democrática.

No hay soluciones fáciles ni rápidas ante la magnitud de semejante desafío. Pero para sobrevivir, concluye Krastev, al proyecto europeo no le queda de otra que improvisar, ser flexible e incluso negociar con sus enemigos. Resignarse a gestionar pérdidas parciales, a ganar tiempo para esperar que las tendencias cambien, y así quizá evitar una derrota total.

POR CARLOS BRAVO REGIDOR