La dicha inicua
Por Karime Macías Tubilla.
Sabia virtud de conocer el tiempo, decía Renato Leduc.
¡Oh, el tiempo! Sin duda, mi mayor lujo. Tiempo para mis hijos, tiempo para leer, tiempo para ir al cine, tiempo para no hacer nada o para descansar una tarde dedicada a temas superficiales.
Hace tiempo ya que tomar una siesta de 20 minutos me produce un sentimiento de culpa terrible. No puedo pegar el ojo con tan sólo pensar que debería estar en la oficina, o haciendo tareas con los niños o leyendo el reporte sobre embarazos adolescentes que publica la ONU y que yace sentado en mi escritorio hace casi tres semanas.
El tiempo, en esta casa, sí es oro. Un recurso natural no renovable. Quizá por eso hemos ido recorriendo nuestros horarios al grado de comenzar cada día a las 5:30 de la mañana, cuando mucho, y cerrar cortina alrededor de la 1:30 ó 2 de la madrugada.
Todo lo anterior es mero prefacio para culpar a Cronos de las columnas en las que estuve ausente. Pero ya llegué de donde andaba, se me concedió organizar todo lo que una mujer trabajadora, con tres hijos, tiene que organizar, y con ello, volver.
Se necesita de tácticas para llevar a cabo un trabajo con tantas aristas. En mi caso, les comparto el método que sigo para lograr equilibrar todas las pelotas que tengo en el aire: alguna vez había leído sobre la técnica que seguía Benjamín Franklin para organizar sus semanas y cumplir sus objetivos, que nunca fueron pocos ni cortos.
El honorable Señor Franklin estructuraba su tiempo según sus distintos roles y en un segundo momento establecía prioridades, dedicaba la tarde de los domingos para planear la semana y llevaba una metodología para señalar los asuntos resueltos, los pendientes y los que estaban en proceso.
Es de esta forma como logro conciliar la vida familiar y laboral, y encontrar, amén de las obligaciones, un pequeño espacio para escribir.
Después de todo, ya habrá momento de disfrutar de la dicha inicua de perder el tiempo, como decía Leduc.
Pero ahora no.