Padre nuestro…
Joaquín López Dóriga
De antemano se conocían las debilidades de Hillary Clinton como candidata, a pesar de su formidable equipo de campaña encabezado por los Obama y todo el aparato de gobierno, y lo impresentable de Donald Trump, que removió, con su campaña de odio y violencia, lo peor de millones de estadunidenses provocando una escisión en Estados Unidos y el renacimiento de odios raciales, siempre latentes, lo que parecería rebatible y manejable para un buen demócrata, y ella no lo pudo hacer. No me pregunten por qué, pero no pudo y por eso llevó la campaña a puntos de empate y si bien en el promedio de encuestas, él nunca estuvo arriba, ella tampoco nunca se pudo despegar.
Y es que si los republicanos hubieran tenido un mejor candidato de partido para competir con Clinton candidata, la ventaja hubiera sido desde el principio, amplia e irremontable; si los demócratas hubieran contado con otro candidato ante Trump, no hubieran pasado las que pasaron.
Estamos ante un fenómeno que se ha extendido: el rechazo a lo institucional con la atracción fatal por lo diferente, y la imprecisión de las encuestas que se ha extendido de la Gran Bretaña a Colombia y ahora Estados Unidos.
Y al final, lo impensable, un resultado que abre una etapa de incertidumbre y temor en el mundo, marcadamente para México.
No pensé vivir un día de desazón como éste que anoche se fue a dormir aturdido, temeroso, sin futuro ni esperanza, con un desequilibrado en la Casa Blanca, con el control de la caja nuclear y el descontrol de sus arrebatos.
No quiero ni pensar en el futuro.
Padre nuestro...
Y más que reclamarle a Trump por su victoria, había que reclamarle a Clinton y a los demócratas, por su derrota, entre ellos, a Obama.