Raymundo Riva Palacio
Estrictamente Personal
A las pocas horas de que Donald Trump fue electo presidente, la canciller federal alemana Angela Merkel, cuyo país ha llorado por generaciones las atrocidades nazis de la Segunda Guerra Mundial, se paró frente a un austero atril, sin producción escenográfica que la protegiera, y le tendió la mano para trabajar dentro del marco de los valores comunes con los que durante años han ido de la mano Alemania y Estados Unidos. No necesitó mucho para decir tanto. Del otro lado del Atlántico, el equipo de redes sociales del presidente Enrique Peña Nieto escribió cuatro mensajes en Twitter en su nombre, donde felicitaba al pueblo estadounidense por el proceso electoral y le expresaba a Trump su disposición de trabajar juntos a favor de la relación bilateral. En Alemania, una líder dio la cara a la nación, a los estadounidenses y al mundo. En México, el presidente se metió en esa cantina que es Twitter para mandar un mensaje a la nación… tuitera. Visión de Estado contra la confusión de en dónde se está parado. No se necesitaba ir mucho más allá en la incertidumbre de esas horas. Bastaba, como apertura, claridad y visión de Estado.
El mensaje de Merkel fue analizado en la prensa de Estados Unidos como un texto elegantemente construido, donde había un dejo de advertencia a Trump sobre los límites para sus excesos durante su campaña. El de Peña Nieto fue interpretado como reflejo de un gobierno paralizado y sin saber qué hacer. El de Merkel, elogiado en el mundo, es la fotografía de una estadista que dirigió palabras de consuelo al mundo, sin necesidad de rituales con luces de neón para esconder la vacuidad de las palabras. “Por favor acepte mis felicitaciones por su elección como presidente de Estados Unidos”, le dijo Merkel a Trump, quien durante su campaña dijo que lo que había hecho la canciller federal en materia de migración era una vergüenza. “Usted asumirá el cargo en un momento donde nuestros países enfrentan juntos muchos desafíos diferentes.
“Las relaciones de Alemania con Estados Unidos son más profundas que con cualquier otro país fuera de la Unión Europea. Alemania y Estados Unidos están unidos por valores comunes, democracia, libertad, así como por el respeto a la ley y la dignidad de cada y todas las personas, sin importar su origen, color de piel, religión, género, orientación sexual u opiniones políticas. Con base en esos valores deseo ofrecer una colaboración estrecha, tanto en lo personal como entre los gobiernos de nuestros dos países. La relación con Estados Unidos es y permanecerá como una pieza clave de la política exterior alemana, a fin de que podamos enfrentar los grandes desafíos de nuestro tiempo: luchar por el bienestar económico y social, trabajar para desarrollar una política de gran alcance en el cambio climático, mantener la lucha contra el terrorismo, la pobreza, el hambre, las enfermedades, así como para proteger la libertad en el mundo”.
Dignidad alemana en los tiempos que los principios tienen que apuntalar a las políticas. En varios de esos temas, lo saben todos, Trump mostró posturas antagónicas durante la campaña. Merkel no dejó que la agenda bilateral quedara en el aire; subrayó lo que se ha tenido y lo que han acordado durante años como los objetivos comunes. “La disposición de trabajar juntos a favor de la relación bilateral”, como escribió en Twitter Peña Nieto, habla del interés de una sola parte, no de un compromiso de dos socios y aliados. “México y EUA (ni siquiera tuvieron el cuidado de no utilizar siglas en este mensaje tan importante) son amigos, socios y aliados que deben seguir colaborando por la competitividad y el desarrollo de América del Norte”, añadió. “Confío que México y Estados Unidos (ya no usaron las siglas porque pudieron elaborar una idea en 140 caracteres) seguirán estrechando sus lazos de cooperación y respeto mutuo”. Puntos de vista parciales sin confrontar a Trump con la realidad de la relación bilateral. Apostó al deber ser sin resumir, en unas cuantas líneas como Merkel, de lo que se trata esa relación bilateral. La alemana centró a Trump; el mexicano le dejó la puerta abierta.
Sí hay diferencias sustantivas. Entre plantarse ante el próximo presidente de Estados Unidos y recordarle lo que son y no son las relaciones, y apelar a que los mexicanos, ante su dubitación y descontrol, se pongan la camiseta, como si se tratara de un juego de futbol del Tri, para que juntos, generando mucha energía positiva, logren influir en la cabeza de Trump y su equipo. Pero hay que señalar que pedir al presidente Peña Nieto que sea como la canciller Merkel es un despropósito. Lo imposible es eso, imposible. Pedirle que se salga de la ratonera en la que está prácticamente todo su gabinete, y de la parálisis que lo tiene sin ideas claras sobre los siguientes pasos a tomar, es otra cosa.
México es más grande que él, que el mismo Peña Nieto reconoce en sus discursos pero no termina de comprender en el fondo. No son tiempos de bravuconadas, pero tampoco de actitudes pusilánimes. La sangre del miedo la huele el enemigo. Eso es precisamente el primer punto que escribió Trump en su best seller El Arte del Trato (The Art of the Deal), en 1987: “Lo peor que puedes hacer en una negociación es parecer desesperado por llegar a un acuerdo. Si el otro lado huele sangre, estás muerto”. Esa es una buena recomendación.