1 de Octubre de 2024

2017: las amenazas vueltas realidad

Román Revueltas

 

En estos momentos, al comenzar un nuevo año, nuestra mente se suele llenar de pensamientos anticipatorios, predicciones, esperanzas, propósitos personales, temores e ilusiones. Hay siempre un componente de superstición, más allá de la incontestable realidad astronómica de que la Tierra haya completado otra trayectoria circular en torno al Sol: los humanos seguimos estando marcados por un fuerte ritualismo, así sea que cada una de las diferentes religiones haya determinado, a su antojo, cuándo debiera celebrarse el comienzo de cada ciclo, cuántos años hay que contar en el correspondiente calendario (el pasado 3 de octubre, el pueblo judío celebró el comienzo del año 5777; la Hégira de los musulmanes comenzó en 622 de nuestro calendario gregoriano y el actual año islámico es 1437) y con qué posible devoción deban los correspondientes fieles festejar el advenimiento de cada nuevo ciclo.

En todo caso, nosotros, aquí y ahora, nos dedicamos a enviar mensajes cargados de obvias sabidurías, sentencias incuestionables (¿quién, por Dios, no anhelaría liberarse de feos sentimientos como la envidia o el rencor? ¿Quién no quisiera transmutarse en un ser amantísimo, compasivo, sensato y responsable? ¿Quién no desearía con todo el corazón poder recomenzar de cero las experiencias negativas para, con la prudencia adquirida, no volver a cometer los errores del pasado? ¿Quién no aspiraría a que, un día como mañana —hoy no es recomendable, o, mejor dicho, operable, por la resaca debida a los excesos de la víspera— un nuevo ser naciera repentina y automáticamente dentro de nosotros para recorrer un camino de éxitos y logros portentosos?), recomendaciones irrebatibles y consejos tan imposibles de no seguir como prontamente olvidados al comenzar el fragor de los días laborables.

Muy bien, pero, en lo que toca a las expectativas, ¿podemos aventurar algunos pronósticos? ¿La subida de los precios de las gasolinas, tan colosalmente impopular, anuncia adversidades todavía mayores en 2017? ¿Los recortes al presupuesto tendrán un impacto muy negativo en la economía y terminarán por pegarnos a todos en el bolsillo? ¿La inseguridad se acrecentará al reducirse también el gasto público destinado a ese renglón? ¿Se volverán de plano ingobernables regiones enteras del territorio nacional? ¿La agitación de los provocadores de la CNTE alcanzará niveles todavía más inaceptables?

Podríamos seguir formulando muchas otras preguntas y, después de haber aventurado todos los posibles escenarios futuros, tendríamos que volver al componente más ineludible de la ecuación 2017: Donald Trump. El simple elemento de incertidumbre que implica su llegada a la presidencia de los Estados Unidos, en tanto que los rasgos de su personalidad no ayudan a configurar siquiera una base de datos mínimamente confiable, nos coloca, a los mexicanos, en una suerte de territorio de inestabilidad primigenia. Dicho en otras palabras, no sólo no sabemos cómo va a gobernar sino que no podemos tampoco prever las consecuencias negativas que sus políticas tendrán para nosotros: ignoramos si va a construir el muro, si se emperrará en que nosotros lo paguemos, si va a expulsar de veras a millones de compatriotas, si va a imponer un impuesto de 35 por cien a todas las importaciones provenientes de México y si va a renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte con condiciones tan lesivas para la economía nacional que ello sea, en los hechos, el equivalente de una cancelación.

El panorama, en todo caso, no parece muy alentador. El llamado Mexican moment se ha diluido por completo en una espiral de expectativas no cumplidas (entre otras cosas, a nadie parece importarle que los servicios de telefonía móvil se hayan abaratado gracias a la reforma del sector, sino que la gente se encrespa exclusivamente con la falta de resultados visibles en otros rubros y lo de la gasolina viene siendo una suerte de cereza del pastel a la inversa), el enojo promovido en las redes sociales está alcanzando niveles de verdadera epidemia y las posibles bondades que puedan aportar las acciones gubernamentales no tienen casi impacto alguno en una población desencantada.

Si 2016 ha parecido un año extraño —así fuere meramente por el triunfo de Trump y el advenimiento global de un pernicioso populismo—, 2017 podría ser todavía mucho más inquietante: cuando las amenazas se vuelven realidad ya no hay lugar siquiera para la esperanza.