JORGE CÁCERES
“Las cosas están ligadas por lazos invisibles: no se puede arrancar una flor sin perturbar a una estrella”. Es una frase atribuida a Galileo Galilei, que explica que todo el Universo es un conjunto en sí mismo. Este enunciado me gusta porque explica perfectamente que bajo el cielo y las estrellas todos estamos relacionados… todos estamos conectados aun cuando no reparemos en ello.
La fotosíntesis de las plantas, el funcionamiento biológico del árbol, el efecto de la marea del mar, la luna llena, la polinización por las abejas, los insectos rastreros y carroñeros ¡Todo es útil en este vasto Universo! Todo tiene una función para la perpetuidad de esto que llamamos Vida ¿Acaso no es esto maravilloso?
Entonces, ¿por qué habrá personas que piensan que es mejor destruir el hábitat de los coyotes en el fraccionamiento El Paraíso? Quizás esa pregunta nos la pueda responder la directora de la Casa de la Cultura, Angélica Carmona, quien mandó a destruir los árboles de casuarinas donde vivían cientos de pelícanos que se quedaron sin hogar. Sin duda ella ha de tener la respuesta.
Evidentemente, aún con el caudal de información acerca del calentamiento global y la sucesión de catástrofes naturales reproducidas en los medios de comunicación, aún hay personas que ven la naturaleza como si fuera un obstáculo o un defecto al que hay que adulterar con una plasta de cemento. Lamentable.
Atrás del campus de la UV Coatzacoalcos hay médanos con reductos de selva tropical donde viven por lo menos una manada de 14 ejemplares de Canis Latrans, una especie de mamífero que desafortunadamente no está incluida en la lista bajo categoría de amenaza por la Secretaría de Medio Ambiente.
Pero el hecho que los coyotes no sean una especie protegida, no significa que estos cánidos salvajes no tengan una aportación al ecosistema. Están encima de la cadena trófica, y seguramente su existencia ha controlado la plaga de roedores que hay en ese sector urbano.
El caso de los coyotes en Coatzacoalcos que viven a un lado del fraccionamiento El Paraíso es digno de estudio por muchas razones; quizás una de las más importante es resolver ¿cómo fue posible que esta manada haya sobrevivido al crecimiento urbano desorbitado que ha tenido la ciudad en las últimas décadas? Sin duda es un prodigio de la naturaleza; su existencia en medio de la urbanidad nos demuestra el milagro de la lucha por la vida y la adaptación de las especies.
Otra línea de estudio científico, sería la interacción que se ha dado entre dos especies completamente antagónicas: los homínidos con los coyotes.
Son los mismos vecinos de El Paraíso que han interactuado con los coyotes en los últimos años, pues ellos le proveen de alimentos. Les han dado croquetas y pollo que ha contribuido a que esta manada no haya muerto ante la reducción de su hábitat.
De alguna manera, los coyotes se han dejado domesticar por los humanos. Unos vecinos aseguran que hasta los coyotes se ponen a jugar con los perros de casa, según me dicen. Todo esto es completamente inédito y amerita un estudio científico serio por parte de las instituciones.
Hay una reciprocidad de servicios ambientales entre los coyotes con los humanos. Estamos ante un caso exitoso de cómo el hombre puede convivir con los animales salvajes, con especies endémicas de la región.
También hay que destacar cómo en Coatzacoalcos ha sobrevivido una nueva raza de coyotes en esa reserva selvática y de dunas costeras, los animales encontrados ahí muestran características físicas muy diferentes a los coyotes mexicanos. Estos ejemplares, los del Paraíso, al parecer se han cruzado con perros callejeros creando una nueva raza. Bastante interesante.
Celebro la participación de los vecinos que se han organizado a través de redes sociales para denunciar que una constructora pretende destruir el hábitat de los coyotes en esa parte del poniente. Sin duda esto nos dice que ha habido un cambio en la conciencia ecológica.
Pero recordemos que todavía falta mucho por hacer; la gente sigue matando a las víboras y boas que hay todavía en la ciudad. En la zona sur no nada más hay coyotes, tenemos iguanas, cocodrilos Moreleti por las colonias de Calzadas o la Fertimex… tenemos tlacuaches, mapaches. Incluso en la ciudad se puede encontrar aún el mono aullador y tucanes allá por el ejido Rincón Grande, ubicado atrás de los complejos petroquímicos.
Todas estas son especies endémicas de esta zona, que han vivido desde la época de los olmecas y hoy más que nunca están amenazadas.
Existe una conciencia social acerca del caso de los coyotes y la preservación de dunas, pero sinceramente también debemos incluir dentro de esta cultura de preservación a otros ecosistemas como el pantano, aunque huela feo, pues ahí viven miles de tortugas, sapos, ranas e infinidad de especies. Sobre la carretera Las Matas cada vez son más los empresarios que están rellenando los humedales para instalación de bodegas y nadie dice nada; ni la Profepa ni Semarnat actúan.
En el caso de los coyotes, sabemos que ellos no pueden estar siempre ahí. Tienen que ser reubicados tarde o temprano, el espacio confinado donde viven es muy pequeño y el tamaño de la población de los caninos sería rebasado.
Hasta ahora la constructora no ha presentado ningún estudio de impacto ambiental ni un programa de acción para mitigar todo el daño que le hará al ecosistema con la devastación de esos médanos con selva tropical, tan solo para construir viviendas de tipo residencial.
El proyecto de obra es millonario, por lo menos cada residencia ya construida cuesta 4 millones de pesos en ese sector. Y cada día hay una plusvalía mayor. Pero me pregunto, ¿qué valor tiene la existencia de un coyote? ¿Cuánto le cuesta a la constructora que un animal todavía respire en su terreno? Y no me refiero en lo económico. Y ¿Cuánto nos costará a nosotros, los porteños, la desaparición de esta especie? ¿Cuánto vale para ti?