Enrique Ochoa, ¿vocifera que algo queda?
Salvador Camarena
En medio del fragor de la batalla electoral, Enrique Ochoa Reza, líder nacional del Partido Revolucionario Institucional, se dio tiempo para atender el fin de semana pasado un compromiso social.
Se puso el esmoquin, se ajustó el moño negro, planchó camisa y chinos, y se fue al Camino Real. Las reñidas campañas en cuatro estados de la República podían esperar. Lo que mandaba era el patrón, el patrón del sindicato de petroleros, Carlos Romero Deschamps, distinguido priista y protagonista de diversos escándalos donde la sospecha de corrupción se conjuga en varios tiempos.
Ochoa luce radiante en la fotografía publicada por el diario Reforma el lunes. Se casó la hija del patrón y él acudió a la obligada caravana. Pero no se crean que le hace ascos a la cita. Nada de congoja, nada de contrición denota la imagen que le tomaron a Ochoa al llegar al hotel de Polanco. Orgulloso priista. A sacar el pecho. Ódiame más.
Quienes conocen a Ochoa desde sus tiempos escolares en Nueva York, recuerdan que, entonces, a principios de los dosmil, con un PRI bocabajeado tras la derrota electoral de 2000, él no se arredraba. Defendía al tricolor en las aulas neoyorquinas con la fe de un elegido, de un joven apóstol.
Así que el orgullo priista no es una impostura en él. Aunque, como es sabido, también entre los apóstoles ocurren momentos de duda. Él tuvo el suyo hace siete años (http://bit.ly/29A7s1C), cuando negó a su pastor: quiso ser miembro del sanedrín que juzga las materias electorales y si lo preciso era renegar de la fe, por esta que yo ni conozco a los priistas.
Es fácil adivinar que como buen tricolor, Ochoa calculó que ningún compañero reclamaría la simulación, pues ahí, en el PRI, el canon manda que aquel que esté libre de culpa tire la primera piedra, y las piedras llevan eras intocadas en Insurgentes Norte.
Y ese momento quedó totalmente superado el año pasado, cuando Ochoa tuvo el llamado del señor de las alturas, que en una hora de oscuridad para los suyos le encomendó al rebaño. Ahí el moreliano retomó la fe y desde entonces, julio pasado, la ha enarbolado con la fuerza del converso.
Eso ha quedado más que evidenciado en la vehemencia de Ochoa a la hora de atacar, sobre todo, a Andrés Manuel López Obrador.
Hay que concederle al ex director de la CFE, que ejecuta sin que se le note titubeo alguno el papel, autoimpuesto, de desenmascarador de López Obrador.
Así, la temporada ha sido pródiga en ocasiones para que Ochoa acuse a AMLO de corrupto. Los videos de la chambona diputada Eva Cadena, manilarga donde los haya, han sido música de fondo para que Ochoa se tire a matar a la hora de descalificar a su par tabasqueño.
Las puntadas de Ochoa han llegado al extremo de decir, en varias coyunturas de estos comicios, que la verdadera 'mafia del poder' es Morena, y no la que le acompañó –a Ochoa– en la boda de la hija del líder petrolero.
¿Tiene credibilidad el encendido discurso de Ochoa, al mismo tiempo comensal del plato de Romero Deschamps y predicador de la honestidad? ¿Los electores verán en él a un evangelista o a un charlatán?
Las urnas nos dirán si la ruta de Ochoa era la correcta o si, como ocurriera al entonces líder panista Germán Martínez en 2009, este tipo de discurso, basado fundamentalmente en la denostación, no es creíble de un personaje que se pone esmoquin para el besamanos del poder. Falta muy poco para quitarnos esa duda.