INE: tiempos nublados
Roberto Rock L.
Que la mayor parte de un gabinete presidencial, 18 gobernadores y el presidente de la Cámara de Diputados se subordinen sin rubor a un concierto de ataques contra una institución clave en los equilibrios políticos del país, debe ser registrado como un precedente ominoso cuando se documente, con mejor perspectiva, cómo fue extraviada la sensatez democrática desde un significativo arco de actores.
La reyerta sostenida por Palacio contra el Instituto Nacional Electoral (INE) fue acendrada, como estaba previsto y sin que nadie pudiera o quisiera evitarlo, ante una causa absurda como la que representa la consulta revocatoria de un mandato otorgado para seis años, cuya legitimidad nadie impugna y que se basa en la Constitución misma.
Una reivindicación sin sustento jurídico ni social —en realidad, una algarada desde el poder— impuso un desproporcionado juego de pulsos entre el presidente López Obrador y el organismo que encabeza Lorenzo Córdova, con la Corte como el árbitro de una pugna que a todos lastimará.
La obsesión por darle fuerza de ley a un capricho presidencial encontró en el INE una dosis equivalente de tozudez, que incluyó alentar un acuerdo interno que en los hechos representa una suspensión de los trabajos para la presunta consulta revocatoria. Lo que se logró con ello fue ir más más allá de la determinación de la Corte, a la que el propio instituto se atuvo al presentar una controversia constitucional contra la reducción de su presupuesto dictada por consigna desde San Lázaro.
El ministro Juan Luis González Alcántara, que atendió el caso, resolvió en principio aceptar el reclamo, pero sin determinar la suspensión del hecho impugnado. El arrebato del INE, de acuerdo con consultas realizadas entre juristas por este espacio, exhibió un voluntarismo tan excéntrico como aquel del que quiere marcar distancia.
Ahora vemos el espectáculo del diputado presidente de la cámara baja, el veracruzano Sergio Gutiérrez Luna, amagando con denuncias penales ante la Fiscalía General de la República por "delitos" de los consejeros. O al líder de Morena, Mario Delgado, exhibiendo como en concurso de televisión, un cheque que pretende devolver fuera de norma legal. Los cronistas del sexenio podrán describir estas escenas como el momento en el que nuestro drama nacional cobró visos de patético melodrama.
Siendo un conflicto estrictamente de carácter constitucional, será la Corte la que deba llevar sobre sus espaldas, otra vez, el producto del fracaso en el que incurren nuestros políticos en la construcción de acuerdos de una convivencia con apego mínimo a las reglas del juego democrático.
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