2022: entre el telescopio y el virus
LEÓN KRAUZE
En Navidad, mientras la mayoría del planeta descansaba después de un año agotador, la NASA y la Agencia Espacial Europea) concluyeron un esfuerzo titánico para enviar al espacio una de las máquinas más extraordinarias de la historia: el telescopio espacial James Webb. Con un costo superior a los diez mil millones de dólares, el telescopio Webb se dirige ahora hacia un punto conocido como Lagrange 2, a más de uno y medio millones de kilómetros de distancia, donde comenzará una órbita que, a lo largo de sus años de servicio, podría desentrañar los más profundos misterios del espacio.
No es una exageración.
La tecnología del Webb y su sitio de órbita están diseñados para captar imágenes a millones de años luz de distancia, permitiéndonos entender mejor el nacimiento del Universo, entre muchas otras maravillas. Para lograrlo, tendrá que realizar una muy larga lista de maniobras programadas, durante décadas de esfuerzo e ingenio, por científicos espaciales. Para empezar, el telescopio tendrá que llegar a salvo a su destino, travesía que tardará un mes. En el trayecto y a la llegada, el Webb deberá desplegar exitosamente al menos medio centenar de piezas, que requerirán del funcionamiento preciso de 178 mecanismos. Solo el escudo solar, que mantendrá a salvo el aparato en órbita, consta de 400 poleas y 90 cables, además de ocho motores distintos de despliegue. El punto culminante será la extensión del espejo dorado del Webb, un prodigio de seis metros y medio de diámetro que le permitirá mirar mucho más allá de lo imaginable. Si todo esto marcha bien, si cada milimétrico movimiento funciona, el segundo semestre del 2022 nos traerá las primeras imágenes de los confines del espacio y el tiempo.
Ahora, el otro lado.
Mientras el telescopio Webb ascendía al espacio, la Tierra enfrentaba una nueva ola de Covid-19 por la variante ómicron. La evidencia científica ya es suficiente como para concluir dos cosas. Primero: la batalla contra ómicron depende de la pronta y universal vacunación con refuerzos. Segundo: si los líderes del mundo no consiguen inmunizar al planeta lo antes posible, un día podemos despertar con una variante que podría, en el peor escenario, combinar la virulencia de ómicron con la letalidad de enfermedades como el MERS o SARS.
Esto tampoco es una exageración.
En esta batalla, los científicos ya han hecho su parte: las vacunas, un milagro equivalente al telescopio Webb, funcionan. El reto está ahora en su producción y distribución. Y, de manera crucial, convencer a la población reticente a vacunarse de la importancia capital de hacerlo.
Esa es la disonancia absurda, y potencialmente trágica, que enfrentamos rumbo al 2022. Por un lado, la humanidad es capaz de enviar un aparato al espacio con el potencial para captar imágenes cercanas al nacimiento de todo lo que conocemos. También ha podido crear, en solo unos meses, vacunas para combatir un virus mortal. Para nuestra desgracia, la humanidad también es capaz de sospechar de sus propias conquistas y sumergirse en el fango de las teorías de la conspiración, la ignorancia y la obstinación suicida.
¿Cuál de las dos versiones del ser humano ganará la batalla en el 2022, y más allá? ¿El telescopio Webb mirando a las estrellas o el coronavirus mutando gracias a nuestra estupidez? De la respuesta depende nuestro Futuro, con F mayúscula.