ACCIONES QUE NOS ALUMBRAN
VÍCTOR CORCOBA
El mundo de hoy requiere de testigos que nos iluminen, que nos den vida poniéndonos en camino, ante la multitud de ocasos que se nos vienen encima. Ciertamente, no podemos adormecernos, hay que estar vigilantes para hallar el calor de los sueños y poder alumbrarnos unos a otros, con el fuego de la esperanza. Es muy importante preocuparse colectivamente y caminar unidos para responder, con autenticidad creativa, a las penurias de la ocasión. Necesitamos reencontrarnos y buscar nuestro propio horizonte. El testimonio de Camilo Andrey Vergara, un chaval que sufrió el desplazamiento por la violencia en Colombia desde que era un niño, es un claro ejemplo de lucha constante. Tras ser acróbata, mendigo, ahora es uno de los estudiantes más destacados del programa “Formándonos para el Futuro” de la Organización Internacional del Trabajo, lo que le ha valido un empleo estable y el ilusión de estudiar en la Universidad. Su propia revelación contra sí mismo, la lucha interna para no generar lástima, le puso en disposición de reconocerse como servidor, adentrándose en el conocimiento para poder mitigar estadios salvajes. No se puede vivir golpeándonos unos a otros, tenemos que crecer en sabiduría, que es lo que en verdad nos ayuda a vivir en una alegría compartida de serenidad constante.
Vuelvan a nosotros, pues, esas prácticas que nos conmueven con sus búsquedas y luchas; porque un pueblo que batalla por vivir, manteniendo vivas sus preocupaciones, acaba germinando y reconstruyéndose. Qué importante es que los moradores del mundo intercambien experiencias, se fraternicen y compartan, sin tener miedo de entregar lo mejor de sí. Entonces, cada cual desde su mística interna, tiene que aprender a quererse y a dialogar mucho más. No hay mejor modo de avanzar que reconocernos en misión, admitir la diversidad de sentimientos, y aceptar la variedad de lenguajes, pero siempre con el corazón abierto. Conversar nos enriquece y las diversas culturas han de propiciar entenderse. Camilo estaba cansado de tantos conflictos, de vivir con miedo, del riesgo de perder su vida o exponer la de los demás. Había aprendido la lección. Sintió la necesidad de ser hombre de paz y de hacer familia. Indudablemente, resulta mezquino para una especie pensante autoexcluirse, porque todos nos requerimos en algún período del camino. Precisamente, son estas gentes combativas, las que tienen mucho que enseñarnos en humanidad, en coraje y en bondad, en sacrificio y en solidaridad. Pensemos que el dolor no es único, es una gran plaga que se contagia y se acrecienta como la pólvora; sin embargo, reconociéndonos en nuestras miserias humanas es cómo podemos irradiarnos conciliación y reconciliarnos mutuamente, hasta encender la llama de lo armónico.
Por tanto, es vital recuperar el carácter luminoso y transparente de nuestras gestas. Camilo quería ser alguien en la vida y ve en el espíritu formativo una huida hacia adelante, junto a no desfallecer y a perseverar sin miedo. Por eso, hemos de salir de los fracasos con el esfuerzo de transmisión de certezas y valores, para ser capaces de reconstruir el tejido relacional y avivar una humanidad menos pasiva. Hoy más que nunca, hace falta unir lenguajes, el de la cabeza con el alma, dentro de una perspectiva intercultural que nos sensibilice y nos haga entendernos, a pesar de las oscuridades del planeta, vertidas en parte por nosotros. Está visto que cuando se ausentan las acciones que nos alumbran, todo se vuelve confuso, es quimérico diferenciar el bien del mal y, desde luego, cuesta tomar la orientación adecuada para no deslumbrarnos. El momento no es fácil, lo sabemos, pero al igual que la esclavitud y el colonialismo en otro tiempo fueron una sombra cruel, ahora caminamos con ese espíritu corrupto sin avergonzarnos y practicando la desigualdad entre análogos, como si fuera algo normal, cuando es inaceptable. Son difíciles que se curen las historias de sufrimientos, al menos que nos pongamos a cultivar entre sí, el abrazo y la clemencia. Sea como fuere, deberíamos reaccionar, frente a esas acciones que nos atormentan; y, la mejor manera de hacerlo, es la noble tarea universal de sentirse parte del poema viviente, regenerándonos, con la llave lúcida de humanizar sin deshumanizar, de crecer sin debilitar nuestra propia identidad y de suscitar encuentros sin violentar concordias.