Calor que mata
ALEJANDRO HOPE
A veces, la verdad se cuela en lo que parece humor involuntario.
La alcaldesa de Acapulco, Abelina López Rodríguez, presentó en una entrevista una peculiar explicación de la violencia en el puerto. La atribuyó, entre varios otros factores, al calor que impera en su municipio.
Esto desató una avalancha de críticas y burlas en las redes sociales. Inmerecidas a mi juicio: aunque suene extraño, la relación entre las condiciones climáticas y la violencia ha sido objeto de múltiples estudios serios a lo largo de varias décadas.
Un artículo publicado por un equipo de psiquiatras forenses en 1979 encontró, por ejemplo, una correlación positiva entre la temperatura y el delito de lesiones en la ciudad de Newark en Estados Unidos (https://bit.ly/3nXsLiu). A más calor, más riñas reportadas a la policía y más lesionados en las estadísticas oficiales.
Otro artículo académico, publicado en 1983, generó un resultado similar para el caso del homicidio en tres jurisdicciones específicas: Los Ángeles, Puerto Rico y Texas (https://bit.ly/3fUeyyy). Un estudio de 2019 para el caso de México encontró “efectos contemporáneos significativos de la temperatura sobre homicidios relacionados con organizaciones del narcotráfico, homicidios y suicidios” (https://bit.ly/3KL8fvB).
En un artículo publicado en 2018 en el New York Times, un analista delictivo mostró que el número de víctimas (fatales o no) de agresiones con arma de fuego fue dos veces mayor en días cálidos (definidos como días con temperatura máxima mayor a 29 grados Celsius) que en días fríos (temperatura máxima inferior a 10 grados Celsius) en las ciudades de Chicago, Milwaukee y Detroit (https://nyti.ms/3ICEYBf).
¿Qué explica esta aparente relación? En la bibliografía académica sobre el tema, se exploran una multiplicidad de causas, desde el impacto en las cosechas hasta perturbaciones fisiológicas producidas por el calor, pasando por el incremento del consumo de alcohol en los meses de verano, pero un vínculo bastante obvio aparece con frecuencia.
El calor lleva a que las personas pasen más tiempo en exteriores. Con más gente en la calle, hay más posibilidades de conflictos interpersonales e intergrupales de todo tipo. En 2020, según datos del INEGI, dos terceras partes de los homicidios en lo que se registró el lugar de la agresión fueron cometidos en la vía pública. Solo 15% tuvieron lugar en una vivienda particular. Puesto de otro modo, hay más blancos potenciales para actos violentos cuando la gente sale más de su casa.
Antes de que algún lector piense en algún ejemplo de ciudades calurosas que son muy pacíficas (Mérida es el caso obvio), me permito hacer una acotación. Nada de lo anterior implica que las altas temperaturas sean la única causa de la violencia. Tampoco que sean la explicación dominante. Nadie que haya estudiado el tema sugiere eso.
Simplemente es un reconocimiento de que la violencia (y particularmente la violencia letal) es un fenómeno complejo en el cual se mezclan múltiples factores sociales, políticos, históricos, económicos, institucionales y hasta ambientales. Incluso, el mero azar tiene un rol explicativo.
Entonces, aunque se burlen, la alcaldesa López tiene razón: el calor puede ser un detonante de violencia. Pero aquí hay un punto importante: Acapulco va a seguir siendo caluroso, pase lo que pase. No es algo que se pueda controlar desde el gobierno municipal. Entonces, más allá de la discusión académica, las autoridades del puerto harían bien en concentrarse en lo que sí pueden cambiar: mejorar la calidad de su policía, por ejemplo. Eso salvaría muchas más vidas que un frente frío.