1 de Diciembre de 2024

ALGO MÁS QUE PALABRAS

MUNDOS ENFRENTADOS

VÍCTOR CORCOBA

No hemos aprendido aún a convivir, a pesar de tantas historias de guerras y contiendas sufridas como linaje, nos falla la mano tendida para entendernos y un espíritu acogedor que integre y no divida. Estamos más solos que nunca, a pesar de la cercanía de un mundo global, que se ha empedrado de odio y venganza. Para empezar, hemos de acabar con el lenguaje ofensivo de las redes envenenadas y activar un internet más agradable y seguro, que propicie la comprensión entre unos y otros. Me niego a que nos gobierne este confuso abecedario de crueldades permanentes que sembramos cada amanecer, donde todo se supedita a la identidad de los más fuertes, para pisotear a los más débiles. Esto no es de recibo. Se han corrompido los sueños solidarios y de trabajo por el bien común, que es lo que favorece la paz y la concordia entre los pueblos del continente. Urge, por consiguiente, que nos repoblemos de alianzas. Hagámoslo corazón a corazón, volviéndonos sabios. Las puertas de la sabiduría siempre están abiertas; no entorpecen, ni tampoco desafían, con pregones que nos encaran.

El signo más cierto de la sabiduría es la serenidad que ahora no tenemos. Por desgracia, se ha perdido la conciencia de unidad y unión, el sentido de lo que somos, y nos hemos convertido en auténticos lobos, donde nadie respeta a nadie, con el único afán de ser dominadores de nuestras miserias, siendo los auténticos destructores del espíritu humano. Ante este cúmulo de calvarios, la inseguridad es manifiesta, a pesar de que vivimos en un mundo más floreciente. Parece que nos hemos atrofiado, suscitando una desconfianza constante entre análogos, lo que conlleva un estado permanente de confrontación, con descalificaciones mezquinas que nos empobrecen como seres pensantes. Ante esta situación, tan necia como desoladora, deberíamos enmendarnos para ver la manera de reducir frentes, impulsando otras expresiones más armónicas, en favor de una atmósfera más habitable, puesto que también estamos modificando la configuración del planeta.

Sólo hay que ver la pérdida de la biodiversidad, la contaminación de nuestros ecosistemas o el mismo cambio climático, para caer en la cuenta de las mil inseguridades que nos acorralan, junto a las de la provocación que genera miedo y la falta de consideración hacia al análogo que fomenta también el desengaño. Todo esto contribuye a que nos habite una sensación desesperante y unos focos de tensión como jamás. El encontronazo lo hemos convertido, de este modo, en algo habitual; lo que genera aislamiento y no cercanía. Así, en vez de universalizar el abrazo permanente, lo que tenemos es “el todo contra todos” más vivo que nunca, que convierte al mundo en un espacio irresponsable de jungla hostil. Nos falta esa perspectiva humanitaria, no de un país en particular, sino de una nación de naciones, llamadas a entenderse y a comprenderse. Con demasiada frecuencia, olvidamos esa medida del espíritu que nos nivela e interroga permanentemente, para no caer en la desolación e impulsar la virtud de no engañarse.

Ahora bien, quizás sea bueno para nosotros mismos, que a pesar de este mundo enfrentado que no conviene ignorar, también hay caminos de luz que están ahí, para que los tomemos. Es cuestión de voluntad, de saber ahondar mar adentro y de huir de los tormentos, porque es el amor verdadero lo que nos hace sonreír, esperanzarnos en construir una gran rama, donde todos nos podamos sentir parte del tronco humano. Cada día tenemos una nueva oportunidad de renacer, de modificar actitudes; puesto que, todos tenemos un espacio corresponsable, que nos permite cambiar nuestros andares y la orientación tomada. La paradoja de que un mayor desarrollo produzca más desigualdades; y, por ende, excesiva incertidumbre, requiere de todos nosotros una entrega generosa y despertar de la inacción; cuando menos para que podamos redefinir el verdadero significado de hacer familia, que es como realmente progresan sus moradores y avanza un planeta que está al límite.