Einstein, Freud y la guerra
EMERSON SEGURA
La Sociedad de las Naciones fue fundada en 1919 con la convicción de evitar un conflicto de las proporciones de la Primera Guerra Mundial y el firme propósito de establecer las bases de una paz duradera. Bajo ese mismo ánimo, la Sociedad de Naciones auspició el Instituto de Cooperación Intelectual (ICIC), institución precursora de la UNESCO o como la denominó el historiador francés Jean-Jacques Renoliet, “la UNESCO olvidada”. La ICIC promovió la publicación de una serie de cartas abiertas en las que célebres intelectuales y científicos intercambiaron ideas y reflexiones sobre diversos temas. Un intercambio epistolar que adquirió especial notoriedad se produjo entre el físico Albert Einstein y el psicoanalista Sigmund Freud en 1932. Freud, quien fue elegido por Einstein para este intercambio, fue cuestionado por el científico alemán sobre un tema de vital trascendencia, no solo para aquel periodo de entreguerras, sino que, dado los hechos recientes entre Rusia y Ucrania, resulta más que vigente para la actualidad, la guerra y la violencia.
Einstein recurre a Freud en su calidad de hombre especializado “en las pulsiones humanas”, y en tal sentido, le hace las siguientes preguntas: ¿Hay algún camino para evitar a la humanidad los estragos de la guerra? y ¿Es posible controlar la evolución mental del hombre como para ponerlo a salvo de esas psicosis promotoras de odio y destructividad?. Freud, si bien se reconoce desconcertado al inicio por el tema seleccionado por Einstein, accede a este intercambio y le ofrece una respuesta apuntando hacia el vínculo entre derecho y violencia, la transferencia de poder y soberanía de los países hacia organismos supranacionales y las pulsiones destructivas innatas en el hombre. Para Freud, el anhelo de desaparecer la agresión entre los hombres y llegar a establecer la igualdad entre los miembros de la comunidad internacional, sería “un ideal imaginado” o bien, “una bella ilusión”. Y no se equivocaría.
Sobre la relación entre derecho y violencia, Freud asevera en aquel intercambio que la dominación de un individuo frente a otro a través de la imposición de la fuerza bruta se vio sustituida, en cierta medida por el derecho y, de esta manera, la fuerza intelectual se impone a la fuerza física. En este sentido, los individuos dejan de buscar la muerte del enemigo para satisfacer una tendencia pulsional y más bien, lo que buscan es someterlo, reprimiendo así su violencia. Es así como el sentido de comunidad emerge. “El derecho no es sino el poder de la comunidad”, asegura Freud y, en tal sentido, la comunidad se convierte también en una expresión de una desigual relación y distribución de poder. Es decir, si bien los conflictos entre individuos transitan de la violencia física al derecho, el objetivo final de la lucha sigue siendo el mismo, el ejercicio algún tipo de violencia. Por lo que atañe a la soberanía, aseguraba que el logro de una seguridad internacional implicaría “la renuncia incondicional de todas las naciones a su libertad de acción”, por lo que la creación de un cuerpo legislativo y judicial supranacionales para dirimir cualquier conflicto que brotara entre las naciones —como la ONU, UE, OTAN, CIJ, entre otros— resultaría infructífero, pues el intento de conquistar la autoridad y el poder de las naciones, resultaría inútil.
Por último, Freud ahonda en la posible razón por la que “los hombres se entusiasman fácilmente con la guerra”, a lo que responde con su desarrollo teórico sobre la pulsión de agresión o destrucción innata en los individuos. Derivada de lo que denominó “pulsión de muerte”, asegura que no es posible tramitar los conflictos de intereses sin violencia, por lo que “no se trata de eliminar por completo las tendencias agresivas humanas; sino de intentar reconducirlas o desviarlas lo suficiente para que no deban encontrar su expresión en la guerra”. El ser vivo preserva su propia vida destruyendo la ajena. Para neutralizar esta pulsión, concluye, habría que armonizarla con la pulsión que nos lleva a preservar y a conservar, el “Eros”. Ambas pulsiones, no son del orden de lo “bueno” y de lo “malo”, sino que cada una de estas pulsiones “es tan indispensable como la otra, y de su acción conjugada y antagónica surgen los fenómenos de la vida”.
En 1938, el psicoanalista dejaría Austria, huyendo de la persecución nazi a los judíos y la prohibición del psicoanálisis en Alemania, llegaría a Londres con su familia donde habitaría el último año de su vida en una casa de la calle Maresfield Garden, en el barrio de Hampsted, que hoy alberga el Museo en su honor. Cinco años antes Einstein saldría de Alemania y en 1939 enviaría una carta al presidente Franklin Delano Roosevelt, para que Estados Unidos desarrollara la bomba atómica antes que los nazis. La carta inspiró el Proyecto Manhattan, que produciría las primeras bombas nucleares abriendo así, un parteaguas en la historia de la humanidad.