La industria de la natalidad
ARNOLDO KRAUS
La natalidad como industria se ha convertido en compañera de nuestra especie. Por un lado, permite a algunas parejas satisfacer, cuando no lo consiguen por problemas vinculados con órganos reproductivos, sus deseos: ser padres y ampliar su familia. Por otro lado, le ofrece la posibilidad a mujeres pobres, la mayoría habitantes de países expoliados, recibir dinero y mejorar su situación y la de sus hijos así como de atenuar los sinsabores de la pobreza.
La ética médica confronta, ante incontables situaciones, inmensos bretes. Ayudar a morir, procrear bebés “a la carta”, trasplantar un segundo riñón a un paciente recomendado en lugar de a quienes llevan tiempo en la lista de espera o comprar córneas son algunos ejemplos. Los límites, los aciertos y desaciertos de la ética médica se entienden bien pensando en los platillos de la balanza. El ejercicio consiste en colocar una acción en uno de ellos —pagarle a una mujer para llevar a cabo la gestación subrogada—, y en el otro, la misma mujer, la cual recibirá dinero para confrontar sus urgencias monetarias. Contratar a una mujer, utilizar su útero y someter su vida, sus conductas y movimientos al período de gestación es ingrato. Dos realidades permiten dicha acción; el incremento de la tecnología médica y la paupérrima realidad de la pobreza son las condiciones que facilitan el floreciente negocio de la industria de la natalidad. La reproducción asistida aumenta a tasas anuales cercanas al 10% a nivel mundial. Imposible saber cuánto dinero genera ese negocio por razones obvias, pero, se dice que el próximo año podría alcanzar, según estudios europeos, 27,500 millones de euros. ¿Quién usufructúa esas cifras millonarias? No las mujeres pobres cuyo útero alberga una vida ajena y cuya boca requiere dinero para subsistir. Inmenso entuerto.
Mercantilizar la natalidad ha sido un gran negocio. India, Nepal, Grecia, México y, la hora brutalmente devastada Ucrania, son países clave para las parejas que buscan gestación subrogada —“vientres de alquiler”—. Las agencias encargadas de mercantilizar la reproducción cumplen con creces su labor: “No pierdas la esperanza”; “Tu bebé recién nacido o te devolvemos tu dinero” son algunos eslóganes de las clínicas de maternidad subrogada. México aporta algunos. La empresa Gestación subrogada de México invita: “Tienes la opción de llevar tu proceso de gestación subrogada en Cancún. Mientras inicias el proceso puedes relajarte en este hermoso lugar con clima tropical”. Las notas previas atraen a quienes buscan procrear. La ansiedad, el agobio, las esperanzas incumplidas y el estrés de las parejas son caldo de cultivo para las empresas de fertilidad.
¿Cuánto reciben las madres?, ¿puede, dependiendo del monto, hablarse de “pago justo”? México como ejemplo. Tabasco y Sinaloa tienen “regulado” —las comillas son mías— los vientres de alquiler. Se calcula que alrededor de 5,000 niños y niñas son gestados cada año para ser vendidos en el extranjero. Lo que no se sabe a ciencia cierta ni nunca se publicitará es el monto que recibe la madre gestante y si lo recibido fue lo pactado a priori con las agencias contratantes. Imposible no preguntar: ¿qué sucede con las mujeres cuando la gestación subrogada no fue exitosa? En una nación como la nuestra, donde imperan todo tipo de injusticias, es poco probable que se respete a la madre y se proteja ese espacio tan citado y tan menospreciado denominado Derechos Humanos.
El éxito de las clínicas está garantizado: una de cada seis parejas experimenta problemas de fertilidad durante su vida. La industria de la natalidad lo sabe. Quienes pueden pagan por procrear; quienes requieren sobrevivir alquilan su cuerpo.