25 de Noviembre de 2024

OPINIÓN

Populismo, polarización y posverdad

ALBERTO AZIZ

El último libro de Moisés Naím, La revancha de los poderosos (Debate, 2022), es un esfuerzo bien documentado y accesible para tratar de entender qué pasa con el poder en las democracias actuales. Hay estrategias y liderazgos de un nuevo clima político que ataca y destruye a las democracias liberales, pero no como en el pasado, mediante golpes de Estado, sino a través de mecanismos internos, del rompimiento de la legalidad, la generación de seguidores fans, el debilitamiento de los contrapesos y la concentración del poder.

Mucho se ha escrito sobre populismo, un fenómeno que seguirá generando cada vez más literatura. La originalidad de este libro es colocar esta problemática junto con otras dos expresiones (polarización y posverdad) que hacen un triángulo peligroso para la política democrática. Como si fuera una pandemia compuesta de tres virus. Ningún país democrático está a salvo de esta infección de las tres P. En cada parte de este texto hay ejemplos de liderazgos que le sirven al autor para demostrar sus argumentos. Así, pasamos de lo que hizo y representó Berlusconi a Chávez o Putin; de Trump a Duterte, de Orban a Bolsonaro. Un espectro amplio de líderes diferentes y parecidos. Las ideologías, los niveles de desarrollo, la fortaleza institucional, pasan a un segundo plano porque las claves de la política están en las tres P que corroen a las democracias, las amenazan y las debilitan internamente. Dice el autor: “No solo está en juego la posibilidad de que la democracia prospere en el siglo XXI, sino incluso su propia supervivencia como sistema de gobierno predominante”.

Naím analiza un conjunto de estrategias de estos gobiernos, no para llegar a un modelo uniforme y perfecto, sino como un repertorio identificable de claves de poder populista: la contraposición entre el “pueblo” y las élites, la criminalización de los adversarios, los enemigos externos, la militarización, el “desmoronamiento de las fronteras nacionales”, el “desprecio a los expertos”, los ataques a los medios de comunicación, la “erosión del sistema de pesos y contrapesos” y el “mesianismo”. Claves reconocibles en diferentes grados y niveles. El abuso del término “pueblo” es, como lo estableció Laclau, un significante vacío que es usado por el líder a su conveniencia.

La complicada problemática de las identidades y las singularidades nos han llevado a cambios importantes en los niveles de tolerancia, y a propiciar climas de convivencia cada vez más polarizados, con sociedades más divididas y confrontadas. Los adversarios se han vuelto enemigos y las posiciones extremas del espectro políticos, izquierdas y derechas, se han poblado. Poco a poco el centro —en todas sus narrativas— ha perdido valor y se ha vaciado. No es un fenómeno propiamente nuevo, pero hoy propicia que las viejas ideologías, que ya se habían descolorido y desinflado, ahora se nutran de consignas y seguimientos que, según el autor, hacen de la vida política un espectáculo lleno de fans, como en la música y el deporte.

El tercer ingrediente apunta hacia la posverdad (declarada la palabra del año en 2016 por The Oxford Dictionaries). Un término relativamente nuevo que no es la mentira tradicional de los políticos y autócratas, porque siempre hemos visto políticos que mienten, pero ahora el objetivo “no es que se acepten las mentiras como verdades, sino enturbiar las aguas hasta hacer que sea difícil distinguir la diferencia entre la verdad y la falsedad”.

Los antídotos frente a las tres P apuntan hacia dos elementos: en primer lugar, la fortaleza que puede tener en la democracia liberal la libertad de expresión, como una forma enfrentar los ataques del poder a la prensa y las enormes distorsiones de las redes sociales, que cada día tiene más peso e importancia. Y, en segundo lugar, los contrapesos entre los poderes, la urgencia de contar con un sistema judicial independiente y un sistema de justicia efectivo, así como un balance entre oposición y gobierno en el poder legislativo, porque los partidos dominantes se vuelven simples correas de transmisión de los ejecutivos en los sistemas presidenciales. Cualquier cercanía con las tres P hoy en México, no es mera coincidencia.