Adiós a la montaña rusa
HÉCTOR DE MAULEÓN
Domingo 25 de octubre de 1964. El presidente López Mateos, “con su habitual optimismo, con su franca sonrisa, con esa plena identificación que tiene con el pueblo”, arriba a las inmediaciones del nuevo Bosque de Chapultepec.
Ese domingo, con una inversión de 140 millones de pesos, se abrirá “el nuevo Chapultepec”: un Chapultepec que deja atrás el bosque antiguo: los lugares idílicos espléndidamente cronicados por Salvador Novo: las calzadas escoltadas de ahuehuetes, el lago sembrado de canoas en donde reman los enamorados, el viejo zoológico de tiempos de Obregón, la Casa de los Espejos, la entrada de los Leones, el antiguo obelisco dedicado a los Niños Héroes.
Una impresionante multitud, según los diarios de entonces, observa el arribo, en negros y aparatosos carrazos, del presidente y su plana mayor: el regente Uruchurtu, el secretario de Marina, el de Patrimonio Nacional, el jefe del Departamento Agrario y de Colonización, el director de Pemex, el secretario de la presidencia, los secretarios de Relaciones Exteriores y Recursos Hidráulicos…
“Gratamente impresionado por las fabulosas instalaciones del nuevo bosque”, el presidente recorre las fuentes, el Museo de Historia Natural, los mascarones de Tláloc, el famoso trenecito, cuyo primer viaje lo hacen, llenos de algarabía, los niños asilados en albergues del Departamento del Distrito Federal.
El plato fuerte de aquel domingo es la visita a los juegos mecánicos, el colmo de la modernidad, en donde, más que los volantines, el Martillo o los autos chocones, reina la gran montaña rusa construida por Aurel Vatzin. Doce millones de pesos, un recorrido de tres minutos y medio, una bajada repentina en la que el convoy alcanza más de 110 kilómetros por hora, dos circuitos simultáneos “para cuyo manejo se cuenta con personal experto, debidamente preparado”.
Le correspondió a Salvador Novo hacer la primera crónica de aquel mundo: “La montaña rusa comprime en vuelos y descensos la sacudida jubilosa de la velocidad, el desafío del peligro. Concede el vértigo del viaje, de la compañía en el riesgo, de la hazaña heroica… Con esa rapidez, con esa fuga vencedora del tiempo, quisieran que la vida sacudiera sus existencias, a veces tan monótonas. Olvidarse de todo: reloj, deberes, volar, ser libres; dejarse arrastrar como las hojas del huracán…”.
El nuevo Chapultepec, con su trepidante montaña rusa, fue la nueva forma de ser niño en la ciudad de México. Apunta otro gran cronista urbano, José Joaquín Blanco: “A partir de entonces, la vida en la ciudad no era vida sin montaña rusa, algo irremediable le faltaría al capitalino para siempre si no se subía a ella, y aun a todo mexicano, que debía venir a su capital a conocer la Villa de Guadalupe, el zócalo, el Castillo de Chapultepec, Garibaldi y la montaña rusa”.
Te ibas de pinta con una parvada de rufianes. La montaña se vivía como una prueba de valor: hacías una cola inmensa, temblando un poco por los nervios. Te subías, te abrochabas el cinturón, comenzaba el lento ascenso en el que descubrías la extensión del bosque y los lejanos edificios de la ciudad: bajabas a cien por hora gritando y con los brazos alzados, y Novo tenía razón: la montaña sacudía tu existencia monótona y al apenas bajarte te volvías a formar…
(Una vez, al bajarnos de la montaña, riendo como locos por la excitación, una compañera de clase y yo nos tomamos suavemente de la mano).
La vida de la montaña rusa comenzó con una tragedia. Dos días antes de la inauguración oficial, durante una visita realizada por burócratas, una joven secretaria de 24 años, en la parte más alta de la montaña, tuvo un ataque de pánico, se quitó el tubo de seguridad y cayó al vacío. Se lee en EL UNIVERSAL: “No obstante que en otros países donde existen montañas rusas siempre se acostumbran para asegurar a los pasajeros los tubos metálicos de referencia, se decidió que en lugar de los mismos se instalaran cinturones como los que se usan en las naves aéreas”.
55 años más tarde, el 28 de septiembre de 2019, el descarrilamiento de una de las atracciones provocó la muerte de dos personas y marcó el fin de los juegos mecánicos.
A principios de este mes comenzó el desmantelamiento de la montaña rusa. “Comienza a ser desmantelada para siempre”.