El año que concluye suma procesos históricos y coyunturales cuyo resultado define, si se puede acaso decirse que define algo, un devenir de grandes retos y acotadas certidumbres. El escenario es tan prometedor como retador, veamos un poco.
La continuidad acotada de la pandemia ha permitido observar, a la luz de la reducción de restricciones, los huesos de nuestra realidad; ha desnudado la vulnerabilidad de economías y de sociedades que se habían disfrazado de oropel en los años de crecimiento económico. Por ejemplo, la vulnerabilidad china a su dependencia tanto del consumo como del desarrollo tecnológico de Occidente; la reducida capacidad operativa del ejército ruso más allá de los desfiles en la Plaza Roja; el encierro en su laberinto de los británicos que no encuentran como salir de su trampa del Brexit, como no sea relevando Primeros Ministros, como si de Perú se tratase. Aún en la distancia múltiple entre esos dos países, desnudan la fragilidad de los sistemas políticos en sus reglas actuales.
Por ello los populista de diversas regiones se sienten tranquilos; nuevas dictaduras que controlan la opinión pública y hacen de la corrupción una forma integral de generar clientelismos para apuntalar sus regímenes, ya sea en Asia, en regiones de Europa o en América Latina. En ese escenario se preclara una relativa estabilidad en la medida en la que ese tipo de regímenes se consolidan en el poder y acotan las reglas democráticas que dan a la ciudadanía la posibilidad de generar alternancias. Al mismo tiempo proyectan estabilidad y tranquilidad, ambos factores muy deseados en la sociedad y que llevan a los pueblos a estar dispuestos a pagar con su libertad, la tranquilidad de ver transcurrir la vida.
La guerra en Ucrania, que merced a la perspectiva oficial nos parece lejana y ajena, es el preámbulo posible de una guerra de mayores dimensiones. Al mismo tiempo será el mayor acicate para acelerar la transformación energética que nos acerque a las metas de París ante el cambio climático, pero el costo humano es hoy inconmensurable. Y eso supone debilitar el poder actual de la economías petroleras ¿podría con ello sobrevenir la inestabilidad en Medio Oriente?
El mundo luce hoy mucho más complejo que hace apenas tres años; la pandemia exacerbó y aceleró las contradicciones que ya el veloz cambio tecnológico propiciaba. Con los políticos de otra era que hoy encabezan la mayor parte de los gobiernos ¿podremos convertir el desafío en oportunidad?
POR DAVID NÁJERA
EMBAJADOR DE MÉXICO, ACTUALMENTE PRESIDE LA ASOCIACIÓN DEL SERVICIO EXTERIOR MEXICANO