Concuerdan algunos elementos en las crisis que sobrellevan Siria y Venezuela desde hace más de una década. El primero es la política exterior como herramienta de supervivencia de sus regímenes; y se observa en la reapertura reciente de la frontera Colombia y Venezuela, luego de siete años de permanecer cerrada.
La reanudación de vuelos se materializó, tras el restablecimiento de relaciones bilaterales con la llegada al poder de Gustavo Petro, en Colombia, y luego de casi tres años sin vuelos directos.
Las tensiones habían derivado en una ruptura total en 2019, resultado de la política frontal de expresidente Iván Duque y su cercanía con Washington.
Ese restablecimiento de relaciones diplomáticas evoca el acercamiento reciente entre Turquía y Siria, tras la reunión en Moscú entre los ministros de Defensa turco y sirio el pasado 28 de diciembre.
Este paso aún no se concreta en el restablecimiento de relaciones diplomáticas, pero confirma el giro en la política del presidente turco Recep Tayyep Erdogan, quien desde 2011 había apoyado activamente a la oposición armada siria. Sintiendo amenazado su poder previo a las elecciones generales turcas programadas para junio de 2023, el presidente turco quiere mostrar a la opinión pública de su país la disposición a normalizar las relaciones con el régimen sirio para activar el comercio y también para enviar a los refugiados de vuelta a Siria, en caso de ganar las elecciones.
Turquía ha acogido a casi cuatro millones de sirios en su territorio; Colombia, por su parte, se convirtió en la principal meta de la migración venezolana, llegando a recibir, según Naciones Unidas, más de 1,800,000 venezolanos.
Las crisis económicas en Colombia y Turquía favorecen la política de acercamiento a sus vecinos, no porque Siria o Venezuela sean socios prometedores, sino porque gozan de una posición geográfica invaluable.
La frontera colombiano-venezolana, de una extensión de dos mil 200 km, se consideró durante mucho tiempo como una de las más dinámicas de América Latina; y desde tiempo inmemorial sucede lo mismo con la frontera turco-siria. Se esperaría que cualquier apertura formal frene actividades delictivas, mejore el tránsito de bienes y personas. Pero nada lo asegura: grupos armados no se retirarán llanamente, ni cesará la corrupción de funcionarios de ambos lados; las fronteras permanecen porosas e inestables.
Si bien Petro y de Erdogan buscan inaugurar una nueva etapa con sus vecinos, estos acercamientos acarrean complicaciones. Con todo, asientan un gesto simbólico en que se solazan Nicolás Maduro y Bashar al-Asad. Caracas y Damasco vuelven a aprovecharse de la descoordinada respuesta internacional para reivindicar el poder, con todo y su debilidad.
POR MARTA TAWIL