Contra todo pronóstico maltusiano, en la actualidad muchos países del mundo, sobre todo desarrollados, experimentan severas caídas en sus tasas de natalidad.
Japón es uno de esos países que hoy se encuentra ante una encrucijada a que no ha podido resolver: tanto como un 30% de sus 126 millones de habitantes son mayores de 65 años, la mayor tasa de envejecimiento demográfico del mundo, y tal vez sea el mayor problema socioeconómico del país.
La búsqueda de soluciones para enfrentar los cuidados de la tercera edad, los gastos médicos y el sostenimiento de un cada vez más caro sistema de pensiones enfrenta, además, a una muy baja tasa de natalidad, de 1.34 niños por mujer en 2020, en continuo descenso desde 2007, lo que ha llevado a las autoridades gubernamentales a aprobar subsidios hasta de 100,000 yenes a las familias por cada hijo menor de 18 años, para apoyar su economía familiar e inducir una mayor procreación entre matrimonios jóvenes.
Pero ninguna medida ha resultado hasta ahora, lo que presenta un panorama gris para el futuro de Japón, pues la población tiende a reducirse y generar mayores problemas sociales, económicos y políticos. Se estima que, de seguir la tendencia actual, a fines de
siglo será menos de la mitad que ahora, lo que sería una gran barrera al desarrollo del país del sol naciente.
En Japón, como en muchos otros países con grados de desarrollo avanzado, el tradicional modelo demográfico ha ido cambiando para dar paso a nuevas preferencias de sus habitantes que, ante las incertidumbres del futuro, el alto costo de vida, los problemas de desempleo, habitación y sustento, en general, optan por abstenerse de procrear y dejar de lado todas las responsabilidades que ello conlleva. Sus preferencias son orientadas hacia un mayor hedonismo personal y evitan dejar responsabilidades a nuevos habitantes planetarios.
Además del problema que significa el envejecimiento social, el cambio de conducta de “las generaciones jóvenes”, también acarrea una serie de problemas que afectan la dinámica de tradiciones que siempre existieron en Japón, donde las empresas grandes, medianas y pequeñas pasaban de los padres a los hijos y, de éstos, a los nietos, y, así, sucesivamente.
En la actualidad los padres en edad de retiro sufren por el desinterés de sus hijos en heredar sus negocios familiares, que en muchos de los casos lleva a la decisión de desaparecerlos. Quizá los altos niveles de vida de la población joven, derivados de nuevas tecnologías, la posibilidad de trabajar a distancia desde cualquier parte del globo y su interés en conocer el mundo han coadyuvado al cambio de modelos tradicionales de vida, incluso el arraigo en sus lugares de origen y el negocio familiar.
Como una solución, en 2021 el gobierno japonés inició una campaña para promover fusiones y adquisiciones de unos 46,000 negocios que serían cerrados por sus dueños a causa de su vejez y el desinterés de sus descendientes en continuarlos. El resultado fue mínimo: sólo hubo interesados en 2,400 empresas, lo que implicó la pérdida de alrededor de 44,000, que en su mayor parte aún mostraban números negros al momento de su desaparición.
Una proyección del Ministerio de Comercio del Japón estimó que, de seguir la tendencia de cierre de negocios por falta de sucesores, para 2025 podrían haberse cerrado 630,000 empresas con la pérdida de más de 6.5 millones de empleos, lo que, pondría en serios aprietos a la economía del país nipón.
Lo paradójico que mientras la mayor parte de los países del mundo en desarrollo sufren por un acelerado crecimiento demográfico, que los ata a una pobreza creciente, las naciones desarrolladas enfrenten un futuro dudoso por falta de natalidad.
POR AGUSTÍN GARCÍA VILLA