Hablar de George Santos podría ser un motivo de estímulo para muchos: una de esas inspiradoras historias de progreso y esfuerzo personal que tanto gustan a los estadounidenses.
Un joven nacido en Brasil que estudia y se esfuerza, que hace carrera y que llega a diputado federal por un distrito de Nueva York con el apoyo del partido republicano.
La realidad es otra y Santos bien podría ser el ejemplo de lo que producen la politización y la polarización en Estados Unidos.
Y no es que sea un fenómeno único de ese país: un político mentiroso que fue descubierto y exhibido, pero en vez de castigo encontró recompensa.
El punto es la necesidad política, en este caso de su Partido Republicano, que tiene una mayoría tan pequeña en la Cámara baja que necesita conservar a todos y cada uno de los militantes que fueron electos, "haiga sido como haiga sido" según se diría en México.
Y de hecho no son los republicanos, sus correligionarios, los que vayan a castigar a Santos, sino que más bien quienes decidieron protegerlo. Cosas de la política, de su parte sucia. En vez de convertirlo en un paria le dieron lugar en dos comités, el dedicado a defender y promover los pequeños negocios y el que supervisa ciencia, espacio y tecnología.
Santos hubiera preferido el dedicado a finanzas. Después de todo, trabajó en empresas acusadas de realizar fraudes de "pirámide" que él, por supuesto, ignoraba.
La asignación de Santos a los paneles se produjo pese a los reparos de miembros de su propio partido por las falsedades que ha admitido en su historial laboral y educación, en torno al financiamiento de su campaña, las falsas afirmaciones sobre antepasados judíos y cargos de fraude en Brasil que el mismo Santos niega ahora, entre otras cuestiones.
Santos, al igual que Donald Trump, alega haber sido víctima de un fraude electoral en 2020, y de eso habló el 6 de enero de 2021 en el mitín que precedió al motín en el Capitolio para tratar de impedir la certificación legislativa de las elecciones de noviembre de 2020.
Santos encontró la tolerancia de los líderes de su partido.
Trato de apegarme a la Constitución. Los votantes lo eligieron para servir. Si hay una preocupación, y tiene que pasar por (el comité de) Ética, déjenlo pasar por eso”, dijo la semana pasada Kevin McCarthy, nuevo presidente de la Cámara baja del Congreso estadounidense.
Ciertamente, según la historia Santos no es el primero, y de acuerdo con las señales tampoco el último político que resulta electo o nombrado a un cargo público tras haber mentido, en Estados Unidos o cualquier parte del mundo.
Pero rara vez en la era moderna alguien ha sido tan públicamente expuesto y tan abiertamente protegido. Es un efecto de la polarización, esa que hace de "los míos" mejores, más creíbles y mejor motivados que "los otros", siempre dispuestos a mentir y abusar de su poder.
Porque la autoridad moral está de mi lado.