El gobierno de López Obrador aplica una política exterior repleta de retórica vacía e hipocresía encubridora. Los ejemplos abundan y, también, sorprenden. Y, al descubrirse, merma y degrada la credibilidad de México ante propios y extraños; ante amigos y contrincantes. El mundo registra la engañosa conducta mexicana con escepticismo.
El Presidente envió un video a la reunión reciente de CELAC con una línea ideológica de extrema izquierda polarizante no solo con gobiernos latinoamericanos liberales o de derechas, sino incluso con gobiernos de orientación socialdemócrata de izquierdas. Sonaba más bien como afín al régimen represor de Daniel Ortega, de Nicaragua y aliado estrecho de la dictadura cubana. Exaltó a Evo Morales, violador consuetudinario de la Constitución boliviana y se colocó como defensor del fallido intento golpista del incompetente y torpe Pedro Castillo, en Perú.
Al mismo tiempo, cuando se reunió recientemente con sus líderes, López Obrador evadió conversar con los Estados Unidos y Canadá sobre las disputas ante sus políticas en los sectores de biomedicina, maíz y energías limpias. Incluso, ha convocado a una magna manifestación en el zócalo capitalino para el 18 de marzo en defensa de la expropiación petrolera de 1938 y de la CFE. La idea es dejar en claro públicamente que su política de “soberanía energética” es inamovible. En esencia, quiere que se piense que México no se rinde ante “los poderosos”.
Simultáneamente, es el más claro defensor latinoamericano de la invasión rusa a Ucrania. Lleva dos felicitaciones públicas por parte de la embajada rusa en México, por sus pronunciamientos a favor de las pretensiones imperiales rusas en la meseta central de Eurasia. Primero, cuando propuso un “plan de paz” que en el fondo avala las conquistas territoriales de Rusia en Ucrania. Y más recientemente cuando México condenó el envío de tanques occidentales a Ucrania para resistir la próxima ofensiva rusa en ese país independiente. El México de López Obrador cree que la invasión rusa a Ucrania está justificada.
Ante el Consejo de Seguridad y la Asamblea General de las Naciones Unidas, el embajador mexicano mantuvo una posición contraria a lo dicho y expresado por el Presidente López Obrador. ¿Hay una fisura en la política exterior de México, donde el embajador no obedece el discurso presidencial? No. Lo que practica es una política exterior bicéfala.
México dice una cosa dentro del país, y hace otra fuera de él. Pero no lo informa, y opera fuera de México con una gran secrecía. Una secrecía que oculta su doblez.
No informa sobre la llegada de supuestos médicos cubanos, ni cuál es su verdadero papel dentro y fuera del sistema de salud de nuestro país. Pero reportes internacionales informan de arribos clandestinos de contingentes de cubanos que serían, probablemente, agentes de seguridad e inteligencia, encargados de adiestrar a elementos de las fuerzas armadas mexicanas en el control de manifestaciones antigubernamentales y de cómo infiltrarse en organizaciones opositoras al gobierno. Tal y como lo han hecho en Venezuela, Nicaragua y algunos países caribeños. La información sobre estos movimientos viene de fuentes internacionales y de las Guacamayas Leaks, pero nunca de informes oficiales del gobierno mexicano. Sobre la presencia de cubanos en territorio nacional existe un total hermetismo.
Igual ocurre en las negociaciones y reuniones de México con sus socios del T-MEC. Si no fuera por la información emanada de la oficina de la representante de comercio de Estados Unidos, nadie en México sabría de las múltiples reuniones llevadas a cabo en California la semana pasada, entre el subsecretario de Comercio Alejandro Encinas y sus contrapartes de Canadá y Estados Unidos. Para México son reuniones secretas y con acuerdos inconfesables, pues no se informan al público. Para Canadá y Estados Unidos son reuniones privadas, mas no secretas. Y, por tanto, los acuerdos se anuncian en sus boletines de prensa.
En México reina el silencio y la secrecía. Acompañado, seguramente, de un tufo vergonzante, como si las negociaciones tuvieran contenidos y alcances inconfesables. Hubo tres reuniones la semana pasada, martes, jueves y viernes, entre los tres países buscando acuerdos sobre la aplicación correcta del T-MEC sobre materias conflictivas: energía, importación de maíz, desarrollo de biomedicina y el acuerdo alcanzado sobre el catastro de minerales y recursos naturales estratégicos en cada uno de los tres países, el litio incluido, a fin de compartir su explotación.
En México no se sabe nada ni de éstas negociaciones ni de sus acuerdos o desacuerdos.
Y mucho menos se sabe de una noticia bomba: que México es parte del nuevo Pacto para la Prosperidad Económica de las Américas, (Americas Partnership for Economic Prosperity), que se anunció este viernes 27 de enero en Washington, y que fue acordado en la Cumbre de las Américas realizada el año pasado en Los Ángeles, California. Por cierto, una reunión boicoteada por el Presidente mexicano. Sin embargo, hoy México aparece como uno de los “abajo firmantes” del Pacto, a pesar de su rebeldía ante la Cumbre impulsada por el Presidente Biden, y su negativa a asistir porque no fueron invitadas las dictaduras de Cuba, Nicaragua y Venezuela.
El Pacto también es suscrito por Barbados, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, República Dominicana, Ecuador, Panamá, Perú, Estados Unidos y Uruguay. El Pacto promueve el mercado libre y abierto para inducir un mayor crecimiento de la región y el reparto más equitativo del bienestar de los países involucrados. Defiende el Estado de derecho, el respeto a los órganos autónomos de gobierno, la transparencia y la rendición de cuentas. También impulsa la democracia en las Américas y busca fomentar cadenas productivas para aprovechar las nuevas condiciones económicas mundiales como la relocalización de industrias (nearshoring). Además, impulsará las energías limpias, procurando respetar los acuerdos de organismos internacionales en materia de combate al cambio climático.
La idea central del Pacto es promover la democracia y la prosperidad de las naciones participantes.
El Pacto es una idea excelente, progresista y qué bueno que México es parte de ello. Lástima que lo es sin dar aviso al país, ni siquiera al Senado de la República, y prácticamente asiste como participante vergonzante. La hipocresía en la gestión de nuestra política exterior daña la imagen de México y hace que sea percibido como un socio poco confiable, porque tiene un doble discurso, uno hacia adentro y otro para consumo del resto del mundo.
Dado todo lo anterior, cuando Pompeo, ex secretario de Estado de Estados Unidos, relata en su libro recientemente publicado que llegó a un acuerdo con Ebrard sobre la aceptación, de parte de nuestro país, de ser el tercer país en materia migratoria, pero pidiendo que fuera un acuerdo secreto. Lo más probable es que Pompeo diga la verdad y Marcelo miente cuando lo niega. ¿Por qué? Porque es el método que emplea López Obrador en política exterior: miente, hacia dentro y fuera del país. Y Marcelo, para complacer al Gran Elector, se humilla ante Estados Unidos para quedar bien con su empleador. La política exterior de México está llena de mentiras, engaños y sombras.
Y así va quedando México ante el mundo: inconfiable, filibustero y de reputación dañada. Y arrastrado en el lodo por las revelaciones de un tal Pompeo.
POR RICARDO PASCOE