El veredicto del jurado sobre García Luna resquebraja a México y lo condena por lo obvio, pero trae consigo manzana envenenada que están mordiendo todos los políticos y muchos analistas mexicanos. Hay incongruencia entre lo que dicen o condenan hoy y lo que han hecho en el pasado. No es lo que se ve y lo que es fácil decir, es lo que implica porque nos pone frente al espejo.
La condena a México no es por corrupción. Esa, a pesar del discurso desde Palacio Nacional, ya es, como dicen los gringos, un “given” y hace mucho que dejó de asustar porque el fenómeno lo describo de la siguiente forma: es negocio si “yo” estoy involucrado, es corrupción si “tu” lo estás haciendo; y en estos tiempos, “lo podemos” hacer porque nosotros “no somos iguales”.
Ojo aquí, discursivamente no implica que sean honestos, solo que no lo estarían haciendo igual. Los hechos deberán comprobar que esta fuga discursiva no se convierta en granada sin seguro en mano.
Entonces, ¿por qué condena a México? Porque muestra una vez más que somos la cultura del albur o el doble sentido. Depende lo que entiendas, lo que quise decir.
El Gobierno de México y sus voceros celebran el veredicto porque es congruente con lo que han señalado. Esto es cierto, pero también que machacan con el discurso hechos iguales o similares cuando no suma a su agenda política.
El mismo sistema de gobierno y de justicia que antier consideró que García Luna es culpable de los cinco delitos de los que se le acusó, es el mismo del que el presidente López Obrador se quejó durante la visita de Díaz-Canel y en el que citó las palabras de George Washington: “las naciones no deben de aprovecharse del infortunio de otros pueblos”.
Porque entonces celebrar que México como sistema, en el que están involucrados todos los partidos políticos, fueran gobierno, oposición con fuerza y presencia, legislativo o simplemente por haber votado a través del Senado a funcionarios públicos; está roto. Es infantil ver esto como una simple batalla entre López Obrador y Calderón por el supuesto robo de la elección en 2006.
Otro ejemplo del albur discrusivo que esta destruyendo a México porque los ciudadanos lo aceptamos, lo aplaudimos y hasta nos reímos de él; es respecto a las voces que se razgaron las vestiduras cuando Donald Trump nos llamó criminales y traficantes de droga.
Irónico que ahora sea el sistema norteamericano quien ratifiqué lo dicho por el presidente Trump que en su momento le dio votos, pero ahora le da la razón en la antesala de otra elección presidencial.
Los ejemplos no se acaban. El gobierno de cualquier país tiene la responsabilidad de velar por la seguridad e integridad de sus ciudadanos dentro y fuera de sus fronteras. En caso de ser un criminal, buscar juzgarlo ante su sistema judicial. En México claudicamos a esa tarea y al hacerlo también ratificamos que una parte importante de nuestro sistema judicial esta al servicio del poder. Para muestra Francia, Florece Cassez e Israel Vallarta.
López Obrador sugiere que García Luna sea ahora testigo para condenar a los expresidentes, con ello minimiza a la Fiscalía, pero también alburea porque deja pasar que Yasmin Esquivel no sea testigo de la acusación en su contra. El doble sentido haciéndonos reír.
La salida del PAN del recinto legislativo es también infantil y claudicar frente a sus propios pecados. El tiempo verá esa imagen como el momento en el que se coronó al partido hegemónico de estos tiempos.
Es cierto, esto es política y la salida fácil como ciudadanos es ir a la hoguera y pedir que se queme a García Luna o el delincuente del momento. Lo grave es que en el albur de la vida institucional mexicana estamos formados todos. La marcha del 27 debe ampliar las razones por las cuales manifestamos nuestras diferencias con todo o parte de lo que se esta haciendo. No es solo el INE, es la ley al servicio el poder.
POR ÓSCAR SANDOVAL SAENZ