24 de febrero de 2022, una fecha que, citando a Franklin Roosevelt, vivirá en la infamia. Mucho ha cambiado desde ese día, en el que
Rusia invadió Ucrania por segunda ocasión. A diferencia de la primera—cuando Rusia conquistó Crimea en 2014—ese país no se conformó con robar un pedazo de territorio ucraniano. El objetivo era tomar el país entero, obligando a los ucranianos sometidos a firmar una paz que despedazaría su Estado—y su nación—para siempre.
Gracias a su valentía y al gran apoyo militar de Estados Unidos y el resto de Occidente, Rusia no logró su cometido; Ucrania sigue existiendo como país, orgullosa y con la cabeza en alto. Mucho se ha hablado sobre este conflicto, en la televisión, en la radio
y, especialmente, en Internet. Sin embargo, el primer aniversario de la guerra en Ucrania amerita un breve análisis de cómo este conflicto ha sido una profunda catástrofe para Rusia y de cómo, a pesar de las expectativas de Vladimir Putin, la alianza de Occidente se ha fortalecido. Increíblemente, la OTAN ha vuelto a adquirir el propósito para el que fue creada: garantizar la libertad y seguridad de todos sus miembros por medios políticos y militares.
En primer término, resulta imperativo abordar el tema político-militar. La OTAN está más fuerte que nunca, con sus miembros más comprometidos con la defensa mutua que en ningún otro momento desde el fin de la Guerra Fría. Un aspecto significativo es que Finlandia y Suecia—dos países con largos historiales de neutralidad y con fuerzas armadas formidables—han decidido unirse, ampliando en cientos de kilómetros la frontera directa entre Rusia y la Alianza.
Y aunque el proceso de adhesión no ha finalizado, lo hará en 2023. Con todo, lo más relevante es el nuevo compromiso de los países
miembros de invertir los recursos necesarios en sus fuerzas armadas y la voluntad política de seguir armando a Ucrania. Ambas son
acciones que, sin duda, deberían haberse emprendido hace años.
Por otro lado, es necesario mencionar la cuestión energético-ambiental. Sorprendentemente, la guerra ha sido positiva para el ambiente y estimulado una inversión más seria y comprometida con las energías limpias. A medida que los petrocarburos se vuelven más caros y difíciles de obtener—debido a las sanciones económicas impuestas contra Rusia y a la respuesta de dicho país—las energías limpias son una inversión cada vez más viable, tanto a largo como a corto plazo. Esta situación ha llevado a Occidente a independizarse del gas natural ruso en poco tiempo; una independencia que priva a Rusia de una poderosa arma que constantemente amedrentaba a Europa con utilizar.
Occidente está logrando debilitar el poderío militar ruso y demostrar sus limitaciones con una inversión mínima de dinero y sin poner en peligro a sus propias fuerzas. Indudablemente, la valentía y el coraje del pueblo ucraniano han sido determinantes para resistir la agresión rusa, pero sin el armamento de Occidente, esos esfuerzos serían en vano.
Esta es una enorme victoria estratégica para la OTAN. Quienes piden a Occidente cesar el apoyo militar a Ucrania deberían reconsiderarlo. Y es que la oportunidad de debilitar al mayor rival de la Alianza no se presenta todos los días.
El segundo año de la guerra será crucial. Ucrania puede recuperar Donetsk y Luhansk, así como Crimea, y eliminar de una vez por todas la presencia rusa en Sebastopol. Ucrania puede –¡y debe!– ganar la guerra. Ese triunfo será esencial para la preservación del Estado y del sistema internacional desarrollado desde 1945. La victoria es fundamental para la OTAN como organización y para la ideología de la democracia y la libertad frente al autoritarismo. Esperemos que los políticos de Estados Unidos y del resto de la Alianza lo tengan claro.
Internacionalista y catedrático de la Universidad de las Américas Puebla, UDLAP
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