Cuando las últimas notas de La Internacional callaron y Carmen Lira gritó “¡Viva Payán!”, un espontáneo aplauso atronó en el recinto funerario y disolvió la grisura de la lloviznosa tarde del sábado 18 de marzo de 2023. En contraste, horas después, el silencio tendería su manto sobre una multitud clamorosa que desbordó el Zócalo de la Ciudad de México. Silencio de homenaje con presencia presidencial.
En la funeraria, en medio de la ovación intensa y muy prolongada, se esfumó cualquier duda de que aquél era un funeral diferente. Uno con animadas pláticas que no incomodaron sino más bien gratificaron incluso a Inna y Emilio, hijos de Carlos Payán y de la recordada Cristina Stoupignan. La doliente tristeza estaba presente como telón de fondo, sí, pero las conversaciones eran más bien celebratorias. En medio del duelo, aquella asamblea celebraba la vida.
La vida de un hombre impar que fundó el diario La Jornada, a la cabeza de un notable equipo, tras su salida del unomásuno, dirigido por Manuel Becerra Acosta y del cual Carlos Payán fue subdirector. Sacar un diario de la nada para hacer periodismo crítico es tarea de titanes, más cuando no había respaldo financiero ni político, aunque sí artístico y popular.
En el funeral se conversó de periodismo, de poesía —la pasión secreta de Payán—, de política, de arte y también se recordó a otros jornaleros menos longevos que él, pero que se fueron antes que él, entre ellos el talentoso monero Antonio Helguera, el resolutor de problemas, Miguel Luna, y al corresponsal internacional y editor Josetxo Zaldúa.
También a personajes como el policía y novelista Guillermo Rubio, y el editorialista y escritor Horacio Rodríguez. Además de fundador de diarios y poeta, Payán fue también militante comunista, creador de la exitosa Argos con Epigmenio Ibarra, decidido defensor de desposeídos, senador y recipiendario de la medalla Belisario Domínguez.
Cuando recibió en 2018 la distinción del Senado, que llegó en el “último trecho de mi camino y (cuando) he empezado a decir adiós”, don Carlos, recordando el Apocalipsis, habló de tres bestias: a) El agotamiento y la destrucción, por obra humana, de la naturaleza, “esa madre nutricia y fuente absoluta de vida que ya no da más de sí”; b) la indiferencia, abierta hostilidad y agresión con que un mundo privilegiado se comporta frente a las otras tres cuartas partes de la humanidad: los despojados, los perseguidos, los migrantes Y c) la tercera “bestia de rabia y sangre” es el regreso del fascismo.
Hay quienes le llaman neofascismo, protofascismo o ultraderecha a este fenómeno. Hay que llamarlo por su nombre puro y duro: fascismo. La vocación humanista de Payán campeó en aquel memorable discurso, fundadamente catastrofista, y las alertas ahí contenidas deberían ser escuchadas y atendidas por los conductores de Estados y sociedades. Las tres bestias pueden llevar al abismo a la humanidad y, de hecho, ya le están causando grandes daños que producen dolor y muerte.
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