Muchos se preguntan por qué Japón cerró sus fronteras más tiempo si lo comparamos con otros países. Su apertura es relativamente reciente. Antes de haberlo hecho, pocos viajeros podían ingresar al país.
Recuerdo perfectamente ese tiempo donde se veían pocos extranjeros y los controles en sus fronteras eran muy estrictos. A pesar de que ese país se había convertido en un importante receptor del turismo internacional, especialmente de algunos países asiáticos como China, Singapur, Corea, Taiwán, entre otros, se restó importancia a los efectos de la caída de los visitantes extranjeros.
Era más importante, en ese entonces, mantener su estatus de país aislado y seguro, que poner en riesgo a su población de una pandemia, que independientemente de las estrictas medidas que se tomaron, llegó al país. Sin embargo, esta situación de seguridad ante el exterior es, ha sido, será una constante de la sociedad japonesa.
No es un secreto que a muchos japoneses les es incómodo interactuar con extranjeros. Hay miles de historias que se cuentan en la cotidianidad de los expatriados al respecto, no abordaré este tema que en la mayoría de las ocasiones cae en lo absurdo. La situación geográfica de Japón ha permitido nutrir esta visión en su contexto nacional, regional e internacional. Algunos lo atribuyen a su historia (época Edo), su insularidad, o bien, otros a su falta de confianza al interactuar con los foráneos (por no hablar bien un idioma extranjero).
Independientemente de cuál sea la razón, existen voces en la sociedad que ya hablan de un fenómeno parecido a lo que sucede en lugares remotos o lejanos a la civilización, tal es el caso de las islas Galápagos. Así lo pude constatar con una gran cantidad de conversaciones que sostuve con diversos japoneses que, preocupados por este fenómeno, temen a que el país se refugie en la idea de que el país solo se vea al ombligo y deje a un lado las grandes transformaciones sociales que se están dando en el contexto global.
Probablemente esto se atribuya a un sentir de superioridad en el proceso de las cosas. Esto se ejemplifica con el lema japonés que se refiere a hacer las cosas de la mejor manera (CHANTO YATE KUDASAI) o bien, en la inflexibilidad prácticamente en todos los órdenes en el país que llega a niveles de rigidez incomprensibles, sobre todo en un mudo que avanza a alta velocidad prácticamente en todos los sectores de la vida humana. Al respecto nunca imaginé tener que hacer en Japón un trámite que avalara que mi firma es verdaderamente mi firma.
Si bien es cierto, esto les funciona a ellos muy bien, al momento de su internacionalización o exportación de su modelo organizacional a otros países se corre el riesgo de caer en problemas de interculturalidad (choque cultural). Esto no es ajeno a los japoneses, lo mismo sucede con los coreanos y chinos.
El problema radica en que, en un contexto de incertidumbre internacional por una multiplicidad de factores, el hacerlo bien afecta a la toma de decisiones efectivas y estas se tornan largas y poco funcionales.
Este proceso meticuloso, en donde pocos desean ser responsables de la toma de decisiones de las organizaciones (públicas y privadas) de Japón, ha obstaculizado la internacionalización de muchas empresas que siguen usando a los grandes conglomerados para ello, afectando el surgimiento de una clase emprendedora vigorosa y la pérdida de oportunidades en los negocios internacionales prácticamente en todas las regiones donde tanto el gobierno japonés y el empresariado han puesto sus ojos.
Los ejemplos sobran: Norteamérica, África, Sudamérica, Europa Central y la misma Asia. Esto, lógicamente empeorará en un contexto de relocalización de las cadenas de valor de las empresas multinacionales niponas. Ante este panorama, las oportunidades que ofrece nuestro país a las compañías niponas que están en proceso, no de ahora, sino de años atrás, de cambio de localización, serán cada vez menores, ya sea por el encarecimiento de los terrenos (parques industriales en su caso), escases de agua, la falta de capacidad de generación eléctrica, ausencia de capital humano (técnico y profesional), problemas derivados de seguridad pública, escasos incentivos fiscales y otros puntos clave que se consideran esenciales a la hora de tomar la decisión al invertir, el espectro del nearshoring se apagará paulatinamente.
Cada país tiene el derecho de cerrarse o abrirse, sin embargo, en un mundo cambiante y competitivo, la toma de decisiones expeditas será fundamental. En mi columna pasada hablé de la importancia estratégica de México para Japón para su seguridad en distintos sectores.
Es el momento de acelerar el ritmo en varios proyectos de inversión que las empresas japonesas tienen detenidos, más aún cuando una de las más grandes preocupaciones en los últimos años en la comunidad de los negocios nipones en nuestro país es la falta de garantías a la inversión.
Al respecto, me parece que esto está cambiando. Una muestra de ello es la entrada en operación, luego de algunas dificultades en el otorgamiento de los permisos por parte de las autoridades en la materia, de la planta de generación eléctrica de paneles solares en el Estado de Zacatecas y en donde la empresa Mitsui es inversionista al 100%.
POR ADOLFO LABORDE