La invasión rusa a Ucrania ha provocado, además de muerte y destrucción, la gestación de un nuevo orden geopolítico mundial. De ese tamaño es el impacto de la decisión del Presidente ruso al iniciar otra era de guerras imperiales. Su decisión, que contraviene el orden legal internacional pactado a finales de la Segunda Guerra Mundial, busca legitimar la toma por asalto a territorios pertenecientes a países legalmente reconocidos por la comunidad mundial. Y todo por perseguir su fantasía de construir un hegemón capaz de rivalizar con otros bloques económicos y políticos, principalmente el que conforma la Unión Europea junto con Estados Unidos, Canadá y Gran Bretaña, secundado por Japón, Australia y Nueva Zelanda.
Ante el equívoco militar al invadir Ucrania sin los preparativos necesarios para una guerra prolongada, Rusia viró la mirada hacia China en busca de apoyos económicos y políticos, pero principalmente militares. Ese país asiático, involucrado en su propia competencia con Estados Unidos y Europa, encontró en la desesperación rusa a un aliado necesario y útil para sus propios propósitos de expansión de su poderío económico, político y, también, de su músculo militar.
Taiwán es a China lo que Ucrania es a Rusia. Son pasteles apetecibles a la creciente voracidad de potencias en expansión. Especialmente considerando que tanto Ucrania como Taiwán son, en tiempos de paz, máquinas económicas formidables, tanto en agricultura como en la generación de tecnología avanzada de Inteligencia Artificial, industria y finanzas. Eso, aparte del valor que aportan por su ubicación geográfica.
Ningún país del mundo se escapa del efecto de este recambio de las alianzas económicas, políticas y militares a escala global. Empieza a desenvolverse delante de nuestros ojos una segunda guerra fría, en tiempo real. Esto hace urgente entender los posibles alcances e impactos que tendrá regionalmente y en nuestro país.
Durante la llamada Guerra Fría, muchos países del mundo optaron por una política de neutralidad ante los embates que produjo la competencia entre el mundo socialista y el capitalista. No quería convertirse en el campo de batalla subrogado de los gigantes, como les sucedió a Viet Nam, Corea, Angola, Congo, Cuba y muchos otros.
La agrupación de los países neutrales encontró acomodo en el Movimiento de Países No Alineados. El conflicto entre los bloques socialista y capitalista suscitaba pasiones ideológicas, por la disputa sobre el modelo económico mejor adaptado a las necesidades del mundo, junto con la forma de gobernanza que mejor se adaptaba a cada caso. Los gobiernos deseosos de no verse atrapados en las guerras subrogadas de la época tenían economías de mercado, con mayor o menor intervencionismo del Estado en la regulación o producción de mercancías.
El fin de la Guerra Fría cerró el debate sobre socialismo y capitalismo. Hoy el mundo es una economía de mercado. China y Rusia son economías de mercado, con una clase burguesa muy rica, pero subordinada a la dirección política del Estado y al partido en el poder. Por tanto, la disputa de ese nuevo eje contra Occidente no es propiamente ideológica, sino en torno al predominio económico y su resultante poderío político y militar.
Si la disputa Este-Oeste no es ideológica, entonces ¿cuál es su fundamento? Es la lucha por la hegemonía en los mercados que buscan controlar el origen y abasto suficiente de las materias primas, tanto en alimentos y agua como en los minerales necesarios para abastecer el desarrollo tecnológico actual. Minerales para vehículos eléctricos, asegurando líneas de abasto de energía eléctrica, la exploración espacial y el control militar y de inteligencia de nuevas fronteras de la exploración humana.
Quien dispone del conocimiento controla el mundo. La competencia por el conocimiento científico es el gran campo de batalla entre potencias, especialmente entre Occidente y China. En materia de descubrimientos científicos Rusia es un débil competidor, pues su desarrollo en esa materia es pobre y atrasado. Pero siempre defiende su lugar en la mesa mundial basado en el hecho de poseer el arsenal nuclear más grande del mundo. Es un argumento de peso.
La guerra en Ucrania sigue siendo el centro de este proceso de realineamiento de fuerzas en el mundo. Rusia y China dicen que añoran la paz, y acusan a Occidente de promover la guerra. Esto, a pesar del pequeño detalle de que fue precisamente Rusia quien inició la guerra de agresión territorial para apoderarse ilegalmente de Ucrania. Obviamente China apoya esa pretensión de ocupación territorial por parte de Rusia, porque anhela hacer lo propio con Taiwán.
Brasil se alía con China y Rusia en su falso deseo por la paz en Ucrania y cuestiona el apetito guerrero de Estados Unidos por armar a los ucranianos. AMLO apoya implícitamente a Rusia e insiste que Estados Unidos es una potencia declinante y China una en ascenso, Rusia agradece el apoyo mexicano y el Ministerio de Relaciones Exteriores ruso anuncia que goza de una gran alianza con Brasil, Cuba, Nicaragua y Venezuela. Sin embargo, Rusia no ofrece inversión para el desarrollo económico para América Latina y China tiene un interés extractivista con nuestra región. China busca materias primas en todo el mundo.
Al mismo tiempo, los Presidentes de Brasil, México, Argentina y Colombia hacen escala en la Casa Blanca para buscar el apoyo de Washington ante sus tribulaciones económicas internas. Brasil y Colombia no cuentan con mayorías de sus Congresos, el gobierno argentino está a punto de perder el poder y México está llegando rápidamente a un punto de ebullición.
México es, sin duda, el caso más errático y aberrante en toda la región. Sobre la invasión rusa a Ucrania, el embajador mexicano en la ONU dice una cosa y el Presidente afirma lo contrario. Mientras el Presidente convoca a Estados Unidos a ampliar sus acuerdos comerciales, internamente obstaculiza la relación económica y declara a Estados Unidos como una potencia intrusiva, mientras China es, para él, el futuro del mundo. Hace alianzas con las dictaduras latinoamericanas y boicotea reuniones con Biden, hasta que recibe su invitación “especial” a la Casa Blanca. No viaja a conocer otros líderes, y espera en su palacio suponiendo que ellos vendrán a visitarlo. Solamente vienen los que necesitan dinero, como el cubano, que ha venido cuatro veces.
La neutralidad ante la confrontación de los bloques puede ser una opción para países de América Latina. Pero en un mundo donde la disputa es por los bienes y servicios, y no por las ideologías, los países tienen que definirse alrededor del interés de cada mercado. Brasil puede tener una relación estrecha con China porque le compra su soja y otras materias primas, además de que alberga una población china importante.
En cambio, México vende el 80% o más de sus productos a Estados Unidos, mientras casi 30 millones de mexicanos, mexicoamericanos o americanos de origen mexicano viven en el país vecino. Son situaciones cualitativamente diferentes. Esas condiciones no dan lugar a fantasías ideológicas de otras épocas, sino a políticas públicas ancladas en la realidad.
Hoy las confrontaciones entre naciones, y bloques de países, se dan a partir de la creciente necesidad por escasez de materias primas y agua, por mercancías y mano de obra calificada y no-calificada. Las ideologías imprimen un carácter distinto a cada nación, donde las disputas entre sociedades democráticas y los regímenes autocráticos se acentúan.
Ni Brasil ni México pueden ser neutrales, cuando se trata del interés de sus mercados y del bienestar de sus pueblos. Brasil mira a China y México mira a Estados Unidos. Y esas miradas definen de qué lado estarán cuando se hace el recuento de cuál bloque es el que define el interés mayoritario de cada nación.
Dudo que el régimen autocrático de China represente el interés mayoritario del pueblo brasileño, pero Lula dice que sí.
El sistema liberal y democrático del bloque de países que apoya a Ucrania sí representa más claramente la aspiración del pueblo mexicano, y empata con nuestro interés económico. Eso es lo que nuestro gobierno podría festejar, en vez de querer caminar contra la realidad económica y política de México.
POR RICARDO PASCOE
COLABORADOR