La invasión en Ucrania ha marcado un punto de inflexión en el orden internacional y la configuración de equilibrios, alianzas y fuerzas del poder, aunque quizá no de la manera que Vladimir Putin habría pensado antes de lanzar su ''operación militar especial''. Posiblemente consideraba que, en menos de un año, Rusia podría presumir del "regreso de grandes porciones de Ucrania a su país".
En cambio, la invasión parte de lo que Moscú quería evitar: detener la expansión de la OTAN y reforzar el sistema de defensa occidental frente a su frontera. Una tendencia que se profundizará conforme Moscú se aferre a la concepción mínima de victoria. Empero, y pese a la intervención del grupo paramilitar Wagner y el intenso fuego de artillería, las líneas del frente militar apenas se han movido.
Después de 14 meses de brutales combates no está claro quién está ganando la guerra, aunque un mensaje todopoderoso queda cimbrado: Rusia puede ser derrotada en el campo de batalla poniendo en entredicho su supuesta supremacía militar y pese a la amenaza latente de desplegar armamento nuclear.
Precisamente, el alto al fuego o el cese de hostilidades luce nublado porque ambos bandos están concentrados en ganar posiciones más sólidas en el campo de batalla para después acreditar sus ganancias en la mesa negociadora.
Todo indica que ambos lados apostarán por un conflicto prolongado. Mientras que Ucrania sigue siendo una democracia soberana, que se aferra a aproximadamente 85 por ciento del territorio que controlaba antes de 2014, Rusia parece apostar por las fuerzas paramilitares, y el gobierno del presidente Joe Biden a mantener su apoyo a Kiev, pese a que los vientos políticos podrían cambiar con la elección presidencial en el horizonte.
La visita de Li Shangfu, el ministro de Defensa chino a Moscú, el pasado 19 de abril, tras el viaje oficial de Xi Jinping a Rusia, también da indicios del alargamiento del conflicto, pero reafirmando las señales de una posible asistencia militar de Beijing al Kremlin, el gran miedo de la alianza trasatlántica que ocasionaría un efecto diplomático vertebral al descartar a China como posible mediador.
Recordemos que la guerra realinea los intereses dispares entre Rusia y China para enfrentar la supremacía de Occidente, el pegamento geopolítico que los une al reafirmar la multipolaridad geopolítica, rechazar la hegemonía del orden liberal y cuestionar el excepcionalismo estadounidense.
Ello alimentará el debate en las próximas citas internacionales interregionales como las cumbres del G7, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), el G20 y los BRICS, en donde ambos bandos buscarán reforzar sus alianzas militares, económicas, tecnológicas y diplomáticas. Un paquete de citas clave para que las potencias reduzcan sus vulnerabilidades e inseguridades bajo el imperativo de incrementar sus márgenes de autonomía e independencia cuando todo luce en franco movimiento por la agitación planetaria del conflicto.