En 1973 la humanidad sufrió la pérdida de los tres grandes Pablos del siglo veinte: Pablo Casals, músico; Pablo Neruda, poeta y Pablo Picasso, pintor y escultor, el primero de todos en abandonar el mundo. Antes del mediodía del ocho de abril de ese año, falleció el hijo pródigo de una España que aún le llora.
A pesar de las guerras y debido al dolor de la dvastación, el arte emergió fortalecido entre los escombros. Se hizo escuchar en forma de poesía o de canción y se mostró victorioso a través de la pintura para recordarnos a los seres humanos, que también éramos capaces de producir cosas hermosas aunque nos comportáramos como unas bestias.
Picasso fue la prueba encarnada de ello; sus sombras eran tan largas como brillantes eran sus luces. Él, ejemplo de que la destrucción puede parir la vida y viceversa, fue alguien tan inaccesible como su propia tumba, y esta es la historia que les voy a contar.
El hombre que había dignificado a su país en medio de una periodo atroz de nuestra historia, falleció deseando ser enterrado en su castillo de Mougins en la costa sur de Francia, donde vivió los últimos años. Sin embargo, a pesar de ser quien era y de los esfuerzos inútiles de su esposa Jacqueline Roque, el alcalde del pueblo le negó a la familia el permiso porque a la gente se la entierra en los cementerios, no en el jardín de su casa. Entonces, Jacquelin tuvo que buscar un lugar igualmente exclusivo e inaccesible para la última morada de su esposo, así que el Maestro tuvo que viajar a Vauvenargues, en Provenza, donde la pareja había adquirido un castillo del S XVII en 1958 cuando Picasso quería vivir en un lugar más apacible. Ahí se quedaron hasta 1961, cuando se mudaron a Mougins.
El traslado del féretro fue una pesadilla porque de pronto cayó una nevada imprevista para esas fechas, así que tuvieron que esperar para que se pudiera cavar la fosa porque la nieve había endurecido la tierra. Cuando al fin el terreno se reblandeció y obtuvieron los permisos para el caso, lograron enterrarlo. La viuda decidió instalar al pie de la tumba a “La dama oferente”, que es una de las dos esculturas existentes. La otra está en el museo Reina Sofía junto al “Guenica” y llegó a España en 1985 como parte del legado del artista.
Picasso pidió que le dieran sepultura envuelto en una capa española que llegó a tiempo desde Buitrago de Lozoya, al norte de Madrid, gracias a Eugenio Arias un barbero muy amigo del personaje en cuestión. Él había luchado con la resistencia francesa y era un exiliado español que tenía su peluquería al sureste de Francia. El envío de la capa resultaba complicado pero después de anunciarse que el Real Madrid iba a jugar en Niza, Arias se las apañó para que uno de los jugadores la metiera en su maleta logrando así tan complicada hazaña. Al final no se sabe si fue Di Stefano o Santamaria, pero la capa llegó a tiempo para servir de mortaja.
Hoy los restos del artista permanecen en el jardín del castillo que ahora pertenece a los herederos de la familia de Jacqueline, que también descansa ahí después de suicidarse en 1986. Su tumba, por lo mismo, es de lo más inaccesible, ya que está dentro de una propiedad privada y los dueños están cansados de los turistas. No se permiten visitas y a pesar de que la gente lo sabe, nunca falta el imprudente que les toca la puerta. Por eso desde hace años hay un letrero que podría ser una especie de epitafio que dice: “Propiedad privada. Acceso prohibido. El castillo no se visita. El museo está en París, no insista. Gracias.”.