Una lectura posible, pertinente y acaso consensual del reciente proceso electoral para la formación de un Congreso Constituyente en Chile es que la sociedad y la política de aquel país atraviesan un mal momento.
Explico lo que ocurre: la Constitución por la que se rige esa nación hoy democrática es todavía la que fuera promulgada en tiempos de Pinochet, es decir la de una dictadura. De ahí que en 2020 haya sido organizado un plebiscito nacional que validó la necesidad de un nuevo texto constitucional y determinó la convocatoria a una elección para configurar una Convención Nacional Constituyente. En mayo de 2021 fueron celebrados dichos comicios, en que prevaleció una mayoría de centro derecha y que redundaron en el inicio de los trabajos. El texto resultante fue sometido a un plebiscito para su ratificación en 2022. Fue rechazado. Para entonces gobernaba en Chile la izquierda encabezada por Gabriel Boric, que determinó fuera redactado un nuevo anteproyecto de texto –resultante ya no de una nueva Convención electa sino de una Comisión Experta–, para su discusión, enmienda y eventual aprobación por un nuevo órgano constituyente cuyos integrantes fueron electos en votación abierta el pasado 7 de mayo. Volvió a ganar la derecha, y específicamente la encabezada por el Partido Republicano, de hecho escéptico ante la necesidad de una nueva Constitución.
Confuso y dubitativo, el proceso acusa una crisis de credibilidad de los partidos políticos en Chile, que los expertos achacan a los problemas tanto económicos como de seguridad que vive el país y a la emisión de sucesivos votos de castigo literalmente a diestra y siniestra por parte de un electorado acaso no demasiado familiarizado con las particularidades de los procesos constituyentes. (Por otra parte, ¿qué ciudadanía lo está?)
Son numerosos los análisis que refieren el convulso desarrollo del proceso constitucional chileno como un fracaso de la política y un impasse constitucional, y lo cifran bajo el ominoso signo de la incertidumbre. Tienen razón. Sin embargo, al ver las declaraciones de los principales actores políticos –el presidente Boric y el líder de la oposición José Antonio Kast– no pude sino experimentar una suerte de envidia nacional. Boric reconoció los resultados sin chistar, admitió errores del gobierno y de su partido en el proceso constitucional y exhortó a sus opositores a no cometer los mismos ahora; Kast fue crítico pero respetuoso y jamás alguno puso en duda el mandato a producir un texto constitucional en el que acaso no crea.
Es posible que Chile termine esta siguiente etapa del proceso sin una Constitución o con una mediocre. Pero lo cierto es que tiene una democracia de razonable calidad. Es mucho.
Es, de hecho, algo que nos falta en México.
POR NICOLÁS ALVARADO