Cuando el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva insistió en abrir las puertas de la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur) al venezolano Nicolás Maduro y lo definió como víctima de una narrativa negativa, pudo más bien haber tenido el petróleo en mente.
La postura de Lula da Silva lo enfrentó con otros presidentes de izquierda de la región, que como el chileno Gabriel Boric han expresado su rechazo a las muy reales violaciones a los derechos humanos del régimen de Maduro y como otros países sufren el impacto de la forzada emigración de millones de venezolanos.
Pero si la situación interna de Venezuela ha variado o no depende de a quién se quiera creer; las que han cambiado son las circunstancias externas de Venezuela, y sobre todo, de su producción petrolera.
El cambio fundamental es la guerra en Ucrania, que llevó a países simpatizantes con Ucrania, sobre todo, en Europa a reducir su comercio con Rusia y a cancelar sus compras de petróleo ruso.
Eso implica naturalmente buscar dónde más pueden satisfacer sus necesidades.
Durante años, la economía venezolana ha estado casi desconectada de los mercados occidentales, pero la guerra en Ucrania inició una especie de reestructuración del mercado energético mundial "lo que despertó un renovado interés en el potencial de Venezuela como proveedor de petróleo", según análisis de Allyson Fedirka para la organización Geopolitical Futures.
El mayor interés se produjo en Europa, por razones obvias y en especial su urgencia por encontrar nuevos proveedores de energía.
Las empresas europeas iniciaron esfuerzos para construir puentes con la industria petrolera de Venezuela, lo que habría obligado al gobierno estadounidense a iniciar un cauteloso cambio de su política de sanciones para acercarse al gobierno venezolano.
El régimen de Maduro comenzó a su vez nuevas conversaciones con la oposición política.
La gran ventaja de Venezuela, pero también su mayor problema, es que tiene notables reservas petroleras y un bajo índice de extracción, lo que implica que aun bajo condiciones ideales habrá necesidad de tiempo, inversiones, construcción de infraestructura, y por supuesto, que el gobierno venezolano haga compromisos importantes sobre garantías legales y atmósfera política.
Por lo pronto, hay renovados contactos para comercio de gas con Italia y España, así como contactos con Francia.
Paralelamente, se dice, hay conversaciones con "clientes" como Rusia, China e Irán.
El tema pone a los Estados Unidos en una situación complicada. Por un lado, es evidente que no desea quedarse fuera de la eventual reapertura de Venezuela, una nación que se encuentra en su área de interés geopolítico, que le interesa mantener el acuerdo con sus aliados europeos y la acción contra Rusia a propósito de Ucrania.
Pero tampoco puede abandonar su política de sanciones sin que el gobierno de Maduro haga también algunos gestos para ayudar en lo que Lula da Silva considera como un problema de narrativas.
POR JOSÉ CARREÑO FIGUERAS