“Por cuanto eres tibio y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”. (Apocalipsis 3:16. La Biblia)
“El número de los idiotas es infinito” (Eclesiastés 1:15), es una de mis dos frases favoritas de La Biblia. Al parecer la traducción más precisa utiliza “tontos”, en vez de “idiotas”, pero así me la enseñaron en mi casa y con esa me voy a quedar.
Desde pequeña, mi padre se dio a la tarea de brindarme herramientas como esa para contrarrestar los ataques católicos de mis parientes maternos cuando les decía, sin miedo, que no me interesaba su religión. Ellos sentían (y sienten) que poseían una superioridad moral sobre quien no creyera su versión de Dios, así que a veces me decían cosas tremendas y no siempre la pasaba bien.
Papá también me contaba pequeños cuentos ácidos para que no fuera crédula y aprendiera a cultivar el pensamiento crítico sin sentirme amedrentada: “Un padre le dijo a su hijo que se dejara caer de espaldas para que él lo agarrara al vuelo y así lo hizo dos veces, pero a la tercera lo dejó caer diciendo: ‘para que ni de tu padre te fíes’”. Eso, y “primero piensa mal y luego averigüa”, son frases del periodista de mediados del siglo pasado que fue y que estaba interesado en que yo aprendiera a defenderme con fundamentos y argumentos lo más cercanos posible a la verdad.
Por eso desconfío de los que tienen certezas absolutas y que necesitan castigar con la cancelación y la ignominia a los que no piensan como ellos. En la mayoría de los casos, estos inquisidores son personas ignorantes que no se informan y que necesitan destacar. Sin embargo, como ellos no pueden ser mejores que sus acusados, los denigran y sobajan con campañas de relaciones públicas simplonas que, sin embargo, funcionan.
Esta vez tocó el turno a Ágatha Christie, una extraordinaria escritora que nació en el Reino Unido en 1891 en una familia acaudalada y que aprovechó sus privilegios para estudiar y escribir magistralmente muchos de los mejores relatos de misterio de su generación. Sin embargo, hoy es censurada por James Prichard, su bisnieto progre y por una comisión de “lectores sensibles” que fueron apoyados por la editorial Harper Collins. Serán ellos quienes adaptarán y publicarán sus textos para que los “insultos o referencias étnicas sean suprimidos” de la obra de la autora. Por tanto, se eliminarán términos que se refieran al físico de las personas o a su lugar de origen, como es el caso de la palabra “oriental”.
Al respecto pienso que de manera evidente su bisnieto es un idiota, pero que por omisión y por falta de agallas también lo son los miembros de la Real Sociedad de Literatura a la que la escritora pertenece y los de la UNESCO, que piden mucho dinero en los eventos carísimos que organizan para la defensa de las artes. Al mismo nivel están los dirigentes de la RAE de todo el mundo y todas las academias de literatura existentes, así como las universidades más prestigiosas del universo porque no han alzado la voz contundentemente.
¿Dónde están los comunicados firmados por las eminencias de la literatura, de la lingüística, de la psiquiatría y de la edición, emanados de esos importantísimos recintos del saber? ¿Por qué se está permitiendo que nos descafeínen la historia para desabastecer al mundo de información y contexto? ¿Qué les sucede señores intelectuales, que permiten tan vulgar censura a entidades tan ignorantes como impías que han logrado juzgar y mutilar la obra de Ian Fleming, Roald Dahl y hasta “Lo que le viento se llevó”?
Qué vergüenza. Deben estar muy ocupados en sus tertulias literarias pidiendo becas para escribir los libros que en un futuro, algún otro idiota les va a mutilar, porque esto es una masacre y nadie, hace nada…
Y bueno, hoy es cumpleaños de mi papá y este es un pequeño homenaje para agradecerle sus enseñanzas, sobre todo estas, que han sido las que más me han servido para aprender a investigar y para esforzarme para ser una periodista veraz y responsable, valiente en lo posible. Ojalá sea como él algún día. ¡Muchas gracias por eso y felicidades querido papá!
POR JULEN LADRÓN DE GUEVARA