23 de Noviembre de 2024

MIRANDO AL OTRO LADO / Los amigos de Putin / RICARDO PASCOE

columnas heraldo

 

 

Vladimir Putin enfrenta el Frankenstein que él mismo ha creado. El dictador ha sido encarado por el método militar de gobernanza que él ha endiosado. Fuerza bruta como razón de Estado. La rebelión de los mercenarios rusos ha desenmascarado lo más elaborado del régimen político ruso reciclado por Putin.

Se dice “reciclado”, porque desde el reino de los Zares rusos, pasando por régimen bolchevique de Stalin y arribando al capitalismo monopolista de Estado de Putin existe una continuidad absoluta, a pesar de las discontinuidades aparentes.

Los elementos que han guiado a ese país en sus innumerables guerras de conquista y de defensa son el autoritarismo despótico en la gobernanza interna, el apetito por el expansionismo territorial y la fusión ideológica de Estado e Iglesia propalando un mito oficial acerca de una supuesta misión histórica que Rusia tiene como “pueblo”.

La invasión a Ucrania encaja perfectamente en esos supuestos. Putin ha creado un Estado de excepción internamente, con controles policiacos severos, opositores encarcelados o exiliados y medios de comunicación capturados por el Estado. Por otro lado, diseñó una justificación sobre la importancia “histórica” de que Rusia dominara Ucrania para evitar “invasiones hostiles” de Occidente. La Iglesia Ortodoxa avala y apoya totalmente las aspiraciones imperiales de Putin.

A todo esto, ¿qué tiene que ver con América Latina? Aparentemente nada pero, al mismo tiempo, algunos líderes de Latinoamérica piensan que “lo de Putin” encaja perfectamente con sus propias aspiraciones. De la “oleada de izquierda” que predomina en la región, han aparecido dirigentes que se dicen de izquierdas y, por tanto, consideran que su misión histórica es enfrentar y derrotar al imperio yanqui. El imperativo histórico, piensan, coincide con el de Putin. ¿Importa el método? No.

El fin justifica los medios. A pesar de ser occidentales, estos líderes latinoamericanos quieren romper con Occidente. Hay una nueva fascinación no sólo con Rusia, sino también con China. Son estatistas, pero no socialistas. Creen en la economía de mercado y no promueven la expropiación de los medios de producción.

Cada vez que puede, AMLO repite un sonsonete que algún asesor o asesora le metió en la cabeza. “Estados Unidos es una potencia en decadencia y China es el nuevo hegemón del mundo. Vámonos con Beijing”. Es en esa frase trillada y conceptualmente falsa que finca su inclinación por admirar a Putin y la (ahí sí completamente) falsa narrativa rusa de que su

invasión a Ucrania se justifica porque Occidente (léase Estados Unidos y Europa) estaban en posición de colocar cohetes en la frontera ucraniana con Rusia. Antes de la invasión esa hipótesis sólo existía en la cabeza de Putin. Al cabo de la guerra esa hipótesis tiene todos los visos de convertirse en realidad.

México, Brasil, Colombia, Bolivia y Argentina han hecho mancuerna para enfrentar al organismo interamericano, la Organización de los Estados Americanos (OEA), con la narrativa sobre su necesaria reformulación o reestructuración. Y puede que sea necesario reformular algunos aspectos del órgano interamericano. Pero subyace en varios países la narrativa de que, incluso, la OEA debería desaparecer para crear un organismo exclusivamente latinoamericano.

Claro, se olvidan que existe el CELAC y que se reúne regularmente con los apestados de la tierra notoriamente Cuba, Venezuela y Nicaragua. Esos tres países tienen cosas en común como, por ejemplo: son dictaduras policiacas, profesan (aunque no practiquen) el socialismo como modelo económico, se autodefinen como de “izquierda” y no creen en las elecciones libres como método para nombrar las autoridades de sus respectivos países.

Fuera de esos pequeños detalles, la CELAC en realidad no funciona como instancia de decisión y acción porque no han creado una institucionalidad estable y creíble. En cambio, los países de la región tienen embajadas ante la OEA, pagan cuotas y les es funcional a la mayoría de los países tener una representación permanente en Washington para cabildear inversiones, atajar conflictos e influir en opiniones de legisladores estadounidenses cuando votan medidas que pudieran afectar a sus países.

CELAC es un foro típicamente latinoamericano. Es un foro de debate ideológico careciendo de cualquier intención de lograr acuerdos (porque las diferencias ideológicas así marcan las cosas). La OEA, en cambio, vota resoluciones y las aplica. Por ejemplo, revisa los procesos electorales de los diversos países y los juzga por la calidad de sus procesos y por el grado de respeto al Estado de derecho de cada actor, incluyendo a los gobiernos, por supuesto.

Acaba de aprobar abrumadoramente una condena a la dictadura nicaragüense. En disidencia, México y Bolivia, por ejemplo, han planteado tres cuestiones centrales. Primero, eliminar la observación electoral de la OEA, por considerarlo una forma de intervencionismo del imperio. No quieren que la OEA sea un foro para analizar y evaluar el grado de desarrollo de la democracia en las Américas. Segundo, que todos los países de la región renuncien a la OEA para sustituirla por un conglomerado “exclusivamente latinoamericano”. (Ya se comentó que se les olvida que existe el CELAC). Y, por último, que la región debe reorientar sus intereses para coincidir con los países del “bloque anti imperialista” de China y Rusia.

Brasil, Colombia y Argentina tienden a lo mismo que México y Bolivia. El viaje de Lula a China y sus conversaciones con Putin lo colocan en el papel de una parte interesada, no neutral, especialmente cuando presenta su “plan de paz” para la región. Su pretensión de ser un interlocutor entre Rusia y Ucrania no es viable, como tampoco puede AMLO presumir de neutralidad en ese conflicto. El plan de paz de México fue inmediatamente rechazado por Ucrania, al considerar que, en forma y fondo, avala la ocupación rusa de una parte de Ucrania.

A una parte de la izquierda latinoamericana le fascina el supuesto “anti imperialismo” ruso, que no es más que un disfraz para ocultar el carácter autoritario del régimen ruso. Prefieren ser amigos de Putin que consecuentes con las aspiraciones democráticas de sus pueblos.

Ese régimen que hoy vio despertar a su Frankenstein en la forma de un ejército irregular en su territorio. Bien haríamos en preguntar a los líderes ”de izquierda” latinoamericanos que se cuiden de sus propios Frankensteins, que ya vienen por ellos también. Ser amigos de Putin los coloca en esa misma línea de fuego.

POR RICARDO PASCOE