El viernes 23 de junio Yevgeny Prigozhin, fundador y líder del grupo de mercenarios Wagner, vía un video en redes sociales anunciaba que él y sus exconvictos convertidos en soldados se retiraban de Ucrania con la firme intención de enfrentar al Kremlin.
La noticia mantuvo en vilo a la prensa occidental durante todo el viernes 23 y parte del sábado 24, ya que cubrió de manera religiosa el minuto a minuto de la insurrección de Prigozhin. Pero el sonoro levantamiento tan solo duró 22 horas gracias la intervención del presidente de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, que lleva en el poder desde 1994 y que sin duda vio una enorme área de oportunidad al fungir de mediador, toda vez que le ha sido de gran utilidad al Kremlin en los últimos años.
Sin embargo, ese breve, brevísimo interín de 22 horas, fue suficiente para que todo el aparato mediático de Occidente construyera una narrativa en la que se dejaba entrever una “posible debilidad de Vladimir Putin”, o la evidencia de que los conflictos entre el ejército y el Ministerio de Defensa ruso con el grupo de mercenarios liderado por el otrora brazo derecho de Putin en la anexión de Crimea en 2014, son el síntoma del desgaste del régimen que gobierna hoy al país que lideró a la ex Unión Soviética.
Me detengo en este punto no por un afán sospechosista sino más bien por un sentimiento de desconfianza respecto a la retórica de Occidente respecto a este suceso, que para muchos puede significar tanto el inicio del fin de la guerra con Ucrania, como el eclipse incluso del poder de Vladimir Putin en su país.
Yo no sé si este intento de insurrección tenga esos alcances.
Desde luego, es un hecho que existían tensiones entre el grupo paramilitar y las instituciones antes mencionadas y que Prigozhin había expresado su descontento con anterioridad. Eso sin contar las constantes fricciones con la élite militar rusa y otros altos funcionarios de Moscú que desde hace años han visto con recelo el imparable impulso del que hasta hace poco era un incondicional de Putin.
Sin embargo, a mí me produce una profunda sensación de extrañeza la forma tan abrupta en la que se sucedieron los hechos, la forma en la que se le dio “solución” al conflicto y el acuerdo con Bielorrusia que nadie tiene idea en qué consiste exactamente.
Lo que había iniciado como una amenaza incluso de guerra civil para Rusia, magnificada por la prensa de Occidente, terminó en un nimio berrinche de un criminal que se siente minimizado por un régimen que el ayudó a construir y a perpetuarse.
Por ello, después de toda la tinta que se derramó este fin de semana y de los múltiples análisis respecto al futuro de la guerra y del régimen de Vladimir Putin en Rusia, a mí me parece que este episodio deja muchas más preguntas que respuestas y que el conflicto que enfrentan estos dos países eslavos sigue teniendo un futuro lastimosamente incierto.
POR JAVIER GARCÍA BEJOS