En los últimos años hemos aprendido a hablar de la salud mental desde otros lugares, quizás con auténtica empatía. Pareciera que ya no es un tabú porque hemos sido testigos de la conversación cotidiana alrededor de ella y estamos mucho más alertas, sobre todo después del COVID19. Una parte de nuestra experiencia vio claramente los peligros y las sensaciones de depresión que podrían avecinarse en el encierro y sus consecuencias. Hoy hay un bombardeo de información real y ficticia sobre la salud mental en las redes, pero también es muy cierto, que es un problema de salud pública mundial, que contiene etapas en las que se pueden atacar los síntomas de cuales quieran que sean las enfermedades que curar y hay abiertas esperanzas para el futuro.
Hay un crecimiento exponencial de las disciplinas especializadas para vencerla y prevenirla. El esfuerzo, queremos suponer, no ha sido en vano, pero a la vez, los datos arrojan un incremento desolador de padecimientos en un franco aumento. Según la OMS, se calcula que una de cada cuatro personas en todo el mundo padece algún trastorno psicológico, con un déficit de tratamiento que alcanza el 90 % en algunos países, a pesar de estos datos, la inversión en salud mental de los países promedio solo destina el 2 % del presupuesto total de salud.
Aunque conocemos los datos, los que nos somos expertos nos preguntamos si este aumento en padecimientos de enfermedades mentales es exacto o ahora podemos comunicarlo y verlo más gracias a que se socializa de otra manera. A pesar de todo lo que este tema está moviendo al mundo, es sumamente preocupante esta moda “buena vibra” que comunican las redes para tratarlas estas enfermedades, este “boom” insostenible de técnicas y tácticas del buen vivir que se asoman solo a lo superficial. Esta burla, en algunos casos, donde arrastran a las personas a creer que pueden salir de sus crisis de alguna y otra manera sin recursos psicológicos o psiquiátricos de envergadura. Los seguidores de estos desconocidos “coaches” de la salud mental le apuestan a la voluntad y a la valentía para salir de lugares muy oscuros donde las personas a veces no pueden salir con esta fórmula de dos palabras que escuchamos hasta el cansancio.
Con contadas excepciones, porque si hay expertos en las redes apostando a la prevención y curación, la generalidad nos relata que la estampa de una “selfie” y una sonrisa pueden curar un tema de ansiedad en el paisaje indicado, un chapuzón en el agua salada puede que sea el tratamiento milagroso para la desaparición de los ataques de pánico, un saco de arroz esparcido por la casa quitará tus manías compulsivas de ordenarlo todo, una caminata larga con abrigos especiales podría ser el inicio de una mejoría radical en tu forma depresiva de ver el futuro, una receta narrada por una persona que dice haber salido de sus obsesiones compulsivas cocinando con productos específicos vende esperanzas de una vida sana sin tormentos ni recaídas, y pare de contar el material que la red impone a sus más ingenuos seguidores. No hablemos de rituales y de programas que se promocionan para “encontrar tu ser” expuestos de manera masiva. Pareciera que el complejo mundo por el que atraviesa una persona con depresión se soluciona en tres consejos videados con música de fondo en una montaña tan alta como “tus expectativas”. Es grave el tratamiento y la indicación de medicamentos a los que muchos pueden tener acceso en la red y es aterrador que se juegue con esto en cualquier programa de opinión, podcast y demás productos creativos y llamativos, llenos de confesiones de personas que no conocemos ni sabemos de dónde vienen, ni qué vida tuvieron para llegar a esa plena “gratitud” de la vida.
Los problemas de salud mental reducen de una manera inimaginable la vida de las personas, las ponen en un lugar del que no están orgullosas, del que aún se esconden en todos los ámbitos de su vida. Los intentos por salir de esos ciclos y de ese sentir son siempre valientes y son fuertes porque los seres humanos desean vivir con una calidad de vida próspera y poner siempre un punto final al sufrimiento o a las crisis. Poner esto en duda es el primer eslabón que parece ser el gancho en este mercado de improvisadores que apuntan al “echarle ganas” y al ser “positivos” porque de todo en esta vida se sale con “entusiasmo”.
Las personas necesitan ayuda profesional y planes concretos para salir de un lugar del que las redes y el talento no les van a sacar. Las personas necesitan tiempo, ayuda y un método al que acudir para salir de hoyos muy profundos y muy dolorosos. El mercado se antoja informal y es donde se ha creado además una moda sobre la “felicidad” que imprime a muchos nuevos problemas y necesidades que no tienen. Este sistema desatiende a los necesitados y crea nuevos ansiosos, con una rapidez asombrosa donde los planes de vida dictados por “influencers” sabemos, nunca no se van a cumplir. La presión ahora es un estilo de felicidad grabado que queda en los perfiles de las personas que venden. Proponen reglas que no vienen al caso y están creando un mundo de falsas promesas que lleva a las personas a tirarse por un tobogán hacia este vacío que recrudece los riesgos de sufrir algunos de los miles de padecimientos que no conocemos y a veces no atendemos ni sabemos abordar.
Romantizar la salud mental y volverla enunciado barato vende, pero no cura a nadie. Salir de una crisis o atemperar los cambios que una enfermedad mental le ocasionan a la mente y al cuerpo no es un juego de algoritmos, es en muchos casos un tema de vida o muerte.
POR MARÍA CECILIA GHERSI PICÓN.