El domingo pasado, la Unión Europea (UE) y Túnez concluyeron una “asociación estratégica” centrada en la lucha contra la inmigración irregular, la cual a la vez pretende apoyar al país norteafricano ante las graves dificultades económicas.
Se firmó después de semanas de conversaciones entre las dos partes acerca de que la UE proporcionará alrededor de 1120 millones de dólares en ayuda para impulsar la economía de Túnez afectada por la crisis y ayudar a detener el flujo de inmigrantes que cruzan el Mediterráneo.
Al mismo tiempo, Túnez inició conversaciones con el Fondo Monetario Internacional (FMI) para obtener un rescate de 1900 millones de dólares. Sin embargo, los fondos se han estancado desde octubre, después de que el presidente tunecino, Kais Saied, rechazara los términos, que incluían los recortes de subsidios y la reducción de los salarios públicos.
De esa forma, se evidencia lo divergente, si no incompatible, que puede ser la tarea de equilibrar las relaciones con los principales socios internacionales conforme se cumple con expectativas populares. Estas dos fuerzas o condiciones marcaron la pauta de los gobiernos de la transición democrática desde 2011, como han determinado la de la presidencia actual, encabezada por Kais Saied.
El tema de la seguridad se impuso a medida que, a partir de 2013, se informaba que entre 3000 y 6000 tunecinos habían engrosado las filas del Estado Islámico en Siria e Irak.
Más recientemente, Túnez ha superado a Libia como principal punto de partida para los cruces de migrantes que buscan llegar a las costas de Europa, con Italia como uno de los principales destinos.
Más de 75 065 barcos de migrantes han llegado a Italia en lo que va de 2023. Más de la mitad, de Túnez.
Una tensión similar se ha observado en el plano económico desde el inicio de la transición democrática en 2011: la renuencia a aceptar los términos habituales del FMI de medidas de austeridad y recortes en el gasto público agudiza el dilema, entre, por un lado, priorizar la inclusión socioeconómica y la creación de empleo para estabilizar el proceso de transición democrática y, por el otro, realizar reformas para seguir recibiendo ayuda externa.
El presidente Saied busca afianzar el papel de Túnez como activo de la estabilidad de Europa. Este papel, de tiempos del periodo más autoritario pre-2011, volvió a asumirse desde 2015, en el marco de una presidencialización creciente. Los europeos no podrían estar más complacidos.
La declaración de la jefa de gobierno de Italia, Giorgia Meloni, lo confirma, al calificar a la asociación entre Túnez y la UE como “un modelo para el establecimiento de nuevas relaciones con el norte de África”.
En fin, implacable, como cualquier espejo bien mirado, el Mediterráneo evidencia rutas, tensiones y tendencias.
POR MARTA TAWIL