Algo estamos haciendo mal o permitiendo que suceda para que a muchxs se les cierren las puertas de la universidad pública: la UNAM, el IPN, la UAM, y otras tantas. Hemos comprado ese absurdo de que a la universidad pública sólo deben asistir los mejores. Premiamos, sin otras consideraciones, únicamente a quien acredita cierto puntaje en un examen.
Por su puesto que la universidad no es para todos, pero esta premisa es válida, cuando en el camino los alumxs tienen acceso a educación de calidad y con opciones vocacionales que permitan la inserción laboral y la movilidad social. Nos equivocamos si no somos capaces de señalar un fenómeno inaudito que rompe con dinámicas aspiracionales y familiares; sueños que se desploman por una métrica que no procura conocer al aspirante y su periplo vital.
Vivimos inmersos en un sistema en donde “competir” es natural, pero olvidamos que los puntos de arranque son inhumanamente distintos. Hacer que las instituciones públicas de enseñanza superior privilegien el sistema actual, es claudicar al objetivo esencial de la universidad: de poner a disposición de todxs la oportunidad de aprender y crecer, de desarrollar las individualidades y de procurarnos una mejor sociedad.
Estamos “rechazando” diamantes: suscribimos ese “pacto social” por omisión: básicamente, “nos estamos desentendiendo de nuestros semejantes” (eso significa rechazar) por que nos hemos vuelto seres “mierda” y estamos dispuestos a pasar por donde sea y por encima de quien sea para lograr nuestras ambiciones, el sistema nos corrompe y nos empuja a la traición, al egoísmo, a consumir antes de dar.
Aprecio la autonomía y no puede existir institución educativa que no sea autónoma, pero ésta debería entenderse en un sentido amplio y humano de contener socialmente y dar oportunidad a todxs. No entiendo a los funcionarios de alto nivel en las universidades que se amparan para proteger sus privilegios, cuando se condena a miles a engrosar el purgatorio del no saber qué hacer. Es de las propias universidades de donde tendríamos que esperar esta apertura; la exigencia de mayores recursos a la educación profesional, pero acompañada de una mayor matricula y de opciones profesionales y técnicas nuevas; guías vocacionales de atención previa y mejor conducción de los sistemas de selección, pero no dando a la institución esta facultad, más bien trasladándola a los aspirantes; ellxs son quienes deben elegir.
Como egresado de la “Máxima Casa de Estudios” de este país, me duele ver a su burocracia anquilosada, sin visión humanista: no se honra el lema cósmico vasconcelista que, en realidad, es una invitación abierta a la libertad y al progreso. Ese lema de espíritu revolucionario sigue vivo, está ahí y debe ser devuelto. No hay nada más perverso que institucionalizar una revolución y encima aplicar a rajatabla modelos neoliberales. No es posible que haya dos miserias y dos miserables iguales.
POR DIEGO LATORRE LÓPEZ