El juego político siempre ha tenido sus trucos, y entre los favoritos de los gobernantes está la inauguración de obras, una auténtica jugada maestra para ganar protagonismo social, sobre todo en tiempos electorales. Sin embargo, hemos sido testigos de cómo esta estrategia, aunque efectiva en términos de imagen, puede resultar arriesgada para la seguridad ciudadana. Tal es el caso del Tren Maya y el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA), este último protagonista de un incidente reciente: el techo se desplomó en las zonas de llegadas.
El origen de este aeropuerto es tan polémico como su construcción. Surgió de la necesidad unilateral por dar un golpe a un gobierno anterior, al que por cierto legalmente no le han hecho nada, y cobijados bajo el velo de la corrupción, misma que hoy ha manchado cada rincón del gobierno federal, optaron por destruir y hundir la construcción en Texcoco, y transformar un aeropuerto militar como opción de primer mundo, el AIFA.
La inauguración de esta terminal fue un espectáculo circense, con lecturas de tarot incluidas. La construcción fue realizada por diversos contratistas, cada uno encargado de su parcela y luego, a juntar las piezas. Además, se pasaron por alto los estándares internacionales de seguridad aérea.
No se dio cumplimiento con el anexo 14 del Convenio de la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI), que establece características físicas y geométricas de las áreas operativas como pistas, calles de rodaje, plataformas, restricción y eliminación de obstáculos, ayudas visuales para la navegación y de indicadores de obstáculos, sistemas eléctricos, servicio de salvamiento y extinción de incendios, mantenimiento de los equipos e instalaciones.
La cosa no terminó ahí. La falta de accesos, conexiones y espacio para carga dejaron al AIFA más solo, y como era de esperarse, sus números en el primer año fueron tan deslucidos, que no pudieron llegar a los primeros diez aeropuertos del país.
Ante el fracaso de la apertura y la falta de despegue en sus números durante el primer año, al que llegaron tan sólo a 8 mil 992 operaciones realizadas, mismas que no le permitieron entrar en los 10 principales aeropuertos del país, y demostraron con su programa de trabajo que los militares, encargados hasta hoy de ese aeropuerto, no sabían de aeronáutica civil, y mucho menos de la industria.
Pero esto no podía quedar tan expuesto y debía resolverse de alguna forma, por lo que para lograrlo optaron por obligar a la industria por medio de un decreto presidencial en 2023, para que el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM), a cargo del vicealmirante Carlos Velázquez Tiscareño, recortara por segunda vez el número de slots por hora, y pasara de 52 a 43. Esta medida entró en vigor el pasado 8 de enero, con lo que se busca trasladar más vuelos comerciales nacionales al AIFA que dirige el general Isidoro Pastor.
Se busca llevar más tráfico al AIFA, pero a un costo alto de falta de eficiencia y seguridad. Empresas, personal y operaciones se vieron forzados a mudarse a una terminal que deja mucho que desear en cuanto a conectividad terrestre, oferta de rutas y frecuencias, opciones de aerolíneas y por supuesto de seguridad.
Lograron incrementar los números en el Felipe Ángeles, que del 1 enero al 31 diciembre 2023 tuvo 23,202 operaciones comerciales, 2,212 generales, y 5,596. Y como si fuera poco, esta acción hundió aún más al AICM que dejó de recibir ingresos por el pago de derechos por el uso e impuestos, y por tanto se redujo su capacidad para pagar los bonos que aún se deben a los inversionistas del extinto aeropuerto de Texcoco, así como invertir, los pocos pesos que les quedaban, en mantenimiento y servicios de las dos terminales aéreas.
La caída del plafón del AIFA puede que no haya sido un desastre mayor, pero revela una práctica recurrente: inaugurar antes de tiempo obras tiene consecuencias inevitables. Lo hemos visto con la Línea 12, lo vimos con el Tren Maya, y ahora con el AIFA, aún falta ver lo que ocurrirá con el Tren Interurbano y muchas obras más que están empujando para lograr, como en cada época electoral, venderse como gobierno capaz, cuando sabemos que sí son capaces, pero de quedarse con los cargos políticos a cualquier costo.