El trabajo del camotero se relaciona de inmediato con los oficios tradicionales mexicanos, pero desde antes de ser producto de vendedores ambulantes tuvo mucha popularidad dentro y fuera de América
El Universal
CIUDAD DE MÉXICO
Existen oficios típicos de las calles mexicanas que chicos y grandes los reconocen con facilidad. Aunque todos los conozcan, lo que sí sucede es que quizá una generación tuvo más contacto con un oficio que los más jóvenes. Es lo que sucede con los vendedores de camote.
"Nuestros padres y abuelos pueden atestiguar el sonido inconfundible del silbato del carrito camotero, una tradición que ha acompañado a generaciones enteras; sin embargo, en los últimos años hemos visto cómo este oficio ha decaído", comentó en la doctora en Historia, Blanca Azalia Rosas.
Pese a que la situación para este negocio no sea la mejor, lo que no se ha perdido es el legado cultural que hoy permite a miles de mexicanos disfrutar de este tradicional postre presente todo el año.
El camote como postre y dulce nació en los conventos
La doctora Blanca Rosas señaló que, en tiempos novahispanos, el camote sirvió para crear postres, pero también fungía como acompañamiento y guarnición. Recordó que una receta del siglo XVII, de camote poblano, refería que la raíz debía hervirse en caramelo y se dejaba reposar un día, luego se mezclaba con azúcar, jugo de naranja y almíbar pintado con grana.
"En el caso de los dulces, la cristalización con azúcar o piloncillo se popularizó en el siglo XVIII como una forma de preservar el color y olor de las frutas, pero también del camote y otros productos. Aunque existía el oficio de dulcero, a las monjas se atribuye el perfeccionamiento de algunas recetas para las fiestas patronales y que consumían cotidianamente, entre los que figuraba el dulce de camote", contó la doctora.
"La relación de estos dulces con las monjas es significativa, ya que muchos de los conventos sobrevivían gracias a la venta de sus creaciones culinarias. En particular, se cuenta la historia de Angelina, una niña que, bajo la supervisión de las monjas en el convento de Santa Inés, ideó una receta de camote para un obispo, lo que consolidó la popularidad del dulce".
La adaptación del camote al comercio callejero en carritos
Acerca de los antecedentes que hicieron posibles los clásicos carritos de camotes, la historiadora nos narró que, con base en sus investigaciones, el caso de Japón resulta muy interesante.
"La batata fue introducida a la isla en 1605 y a lo largo del siglo XVIII el gobierno promovió su adopción como cultivo preventivo. Aunque era común su preparación al horno, para 1789 apareció un recetario (Imo Hyakuchin), que incluía 123 formas de cocinarlo.
La historiadora nos contó que la importancia del camote en la vida cotidiana japonesa hizo común su venta callejera.
"En Mesoamérica ya era común la cocción de camote y otras raíces en horno de tierra en el periodo Preclásico. En el siglo XIX también aparecieron en la Ciudad de México hornos móviles de metal que vendían cabezas de carnero".
Ya entrado el XX, Nueva York se distinguió por el comercio de comestibles preparados en carros adaptados como hornos, en los que se vendían manzanas, castañas, papas y camotes asados.
Blanca Rosas comentó que al igual que pasó con la dispersión del camote alrededor del mundo, la del carrito camotero no puede atribuirse a una vía.
A pesar de ello, piensa que es posible que la idea llegara con algún grupo migrante a Nueva York, ya fuera con europeos familiarizados, con el carrito de castañas de Cantabria, o con asiáticos más afines al camote que al carrito, y de ahí bien pudo pasar a México.