Imagina, por un momento, que despiertas en medio de la noche, inmovilizado, con una presión en el pecho que no puedes explicar, y una sensación de estar bajo una mirada invisible pero penetrante. Algo no está bien, lo sientes. La oscuridad de tu habitación se vuelve densa y extraña, y entonces, sin aviso, se pierde la noción del tiempo, como si te hubieran robado fragmentos de ti. Cuando vuelves a abrir los ojos, estás ahí, en el mismo lugar, en la misma cama, pero sientes que algo profundo ha cambiado. No hay marcas visibles, no hay pruebas tangibles, pero tú lo sabes: alguien te ha llevado.
Para aquellos que aseguran haber sido abducidos, la vida se convierte en un acto de resistencia silenciosa. Tienen que enfrentarse no solo a lo inexplicable de sus experiencias, sino también al aislamiento. La sociedad, a menudo inclinada a lo racional, tiende a etiquetar, a rechazar y a hacer invisible lo que no puede entender. "¿Seguro no fue un sueño?" "¿No habrás tenido una pesadilla?" Con esas palabras, quien ha sido abducido queda atrapado en una cárcel de dudas ajenas, luchando para no dudar también de sí mismo.
Para quienes han vivido estas experiencias, hay un dolor persistente que no tiene diagnóstico ni tratamiento. Buscan respuestas en terapeutas, especialistas, amigos y familiares, pero suelen recibir como respuesta una sonrisa de incredulidad o la sugerencia de que se aferren a la ciencia. Son pocas las voces que realmente escuchan y menos aun las que acompañan.
La ciencia y la sociedad moderna, con toda su evolución y supuesta apertura, cierran filas ante estas historias. ¿Acaso se les concede siquiera el beneficio de la duda? ¿Dónde está el espacio seguro para quienes tienen miedo de la noche, de dormir, o incluso de estar solos? Estas personas no solo cargan con sus recuerdos fragmentados y preguntas sin respuesta; también llevan el peso de la burla, el rechazo, y la incredulidad.
Pero ¿qué tal si escuchar con empatía es el primer paso? ¿Qué si creemos, aunque sea solo por un momento, que esas noches son reales, que ese terror profundo no se limita a una simple pesadilla? Necesitamos un mundo en el que las víctimas de abducción tengan un espacio seguro, donde el apoyo no se condicione a la validación científica, sino a la mera humanidad.
Quizás algún día entenderemos la magnitud de lo que han vivido, pero mientras eso sucede, podemos hacer algo aún más poderoso: escuchar.