Habitantes del planeta azul, espejo frágil en el infinito cosmos.
Desde una galaxia que aprendió a crecer sin destruirse, donde la vida florece en silencio y las estrellas comparten su luz sin egoísmos, les escribo en esta noche que ustedes llaman Navidad. Aquí, donde el tiempo no se mide en horas sino en bondades, he contemplado su mundo con una mezcla de ternura y asombro, como quien observa a un niño que juega al borde de un abismo.
Tierra, la llaman. Pero yo la veo como un poema interrumpido, como una sinfonía en la que cada nota, cada ser, tiene un lugar único, y sin embargo, suena a veces fuera de ritmo. La humanidad, ese pueblo que ustedes forman, tiene algo que ni las estrellas más antiguas poseen: la capacidad de soñar. Pero sus sueños, parecen estar atrapados en jaulas que ustedes mismos han construido.
He visto sus ciudades brillar como constelaciones, pero al acercarme, las luces me contaron otras historias: de las guerras y los genocidios, del hambre que duerme en las esquinas, del odio que se cuela entre las paredes, del olvido que pesa más que cualquier montaña. He escuchado sus risas mezcladas con llantos, y me he preguntado cómo puede un mundo tan hermoso vivir tan dividido.
En mi mundo, aprendimos que la vida no florece en la soledad. Entendimos que las diferencias son notas de un mismo acorde, que el amor no se reparte, se multiplica, y que la compasión es el único lenguaje que entienden las estrellas. Pero ustedes, habitantes del azul, parecen haber olvidado que son guardianes de un milagro, no los dueños de su destino.
Esta noche, en sus mesas llenas de pavos y ausencias, en sus corazones decorados con esperanzas y heridas, les invito a escuchar lo que su planeta les susurra: el viento que todavía canta, los ríos que aún lloran, los árboles que respiran aunque nadie los mire. Porque, aunque no lo sepan, su mundo también celebra esta noche, esperando que ustedes recuerden quiénes son.
¿Acaso no es Navidad el momento de renacer? De reconstruir lo que rompieron, de abrazar lo que olvidaron, de dejar que el amor sea más grande que el miedo. La Navidad no está en sus luces ni en sus regalos; está en el acto humilde de mirar a los ojos de otro y reconocer que no son diferentes.
Aquí, en mi rincón del universo, sabemos que no hay tiempo que no pueda ser sanado, ni oscuridad que no pueda ser vencida por una chispa. Les dejo esta chispa en palabras, con la esperanza de que arda en ustedes:
Que sus guerras sean humo disipado por el viento.
Que sus fronteras sean líneas borradas por la lluvia.
Que sus miedos sean ríos que desembocan en abrazos.
Porque ustedes, son capaces de lo más hermoso y lo más terrible. Y si han de elegir, elijan ser el poema completo, elijan ser la sinfonía que el universo espera escuchar.
Desde las galaxias, donde la evolución no extinguió la bondad, les escribe un hermano lejano que cree todavía en ustedes.
Que esta Navidad sea el principio de todo lo que pueden ser.